Por el
Comandante Armando Prats Lerma.
En: Boletín
del Ejército. La Habana. Año 14, No. 162. Volumen XXVII. Agosto de 1929.
Se eleva
más allá del pináculo de la gloria y registra su nombre en el libro de los
inmortales/Prefiere el
Caudillo la muerte por suicidio antes que caer en manos de sus enemigos.
Dedicado este recuerdo a los ilustres sobrevivientes de la Guerra Grande.
“El
heroísmo en la prosperidad es bello, pero en la adversidad es sublime”.
Castelar.
El 27
de febrero de 1874
Sabido es
que entre la multitud de papeles que se incautaron los españoles cuando el
triste y doloroso acontecimiento de Carlos Manuel de Céspedes en San Lorenzo[1], aparecieron unas cuantas
libretas y comunicaciones escritas en clave casi todas sus hojas.
Sabás
Marín, que ahondaba casi siempre con acierto en el desempeño de su cometido,
era a la sazón el Comandante General de la provincia [Oriente, Cuba] y puso
todo su empeño en descifrarlas; y al efecto obtuvo de Concha, el Capitán
General, que le enviara gente experimentada en la materia a fin de revelar
cuanto antes aquel misterio que tanto le preocupaba. Y desde la oficina de la
Capitanía General de La Habana partió para Santiago de Cuba un grupo de
individuos especialistas y astutos, conocidos de antaño por su inteligencia y
sagacidad en poner en claro esa clase de signaturas, generalmente incógnitas,
pero que, como ya sabemos, son usadas en tiempos de guerra para entenderse
entre sí las fracciones contendientes.
En esos
papeles a los que hacemos referencia, no perdieron ni de día ni de noche las
miradas penetrantes e inquisitivas de los especialistas durante cuatro meses
continuados; y al cabo de los cuales los sabuesos escudriñadores y
covachuelistas[2]
de primera fila vinieron a la conclusión de que el nombre de Marqueta, que
aparecía como firma en varios escritos, era el seudónimo de Esteban de Varona[3], joven camagüeyano, vecino
de Manzanillo, que hasta entonces había sido como confidente, un gran servidor
de su patria.
A los
realistas[4] no les fue posible
descifrar más clave que la de Manzanillo, tenida con Varona. Y Sabás Marín, sin
pérdida de tiempo, ordenó la prisión de este, que se efectuó.
Días
después desembarcó en Manzanillo el Comandante español Aznar[5], nombrado fiscal de la
causa.
Quiso la
casualidad que Aznar y Varona eran viejos amigos y pronto se entendieron. Y
para salvar al confidente cubano, Aznar aleccionó a Varona; y los dos salieron
días más tarde al campo de la Revolución a hacer proposiciones de paz (de
acuerdo, decían, con la Comandancia General, a quien ellos burlaban en este
caso). Aquello, como se ve, no era más que una trama urdida para engañar a
tirios y troyanos, pues la verdadera cuestión estribaba en salvar a Varona, a
quien incuestionablemente lo habrían condenado los españoles a la pena capital.
José Miguel Barreto |
Para que
llevara la comunicación de Barreto a Calixto García y para que a viva voz le
explicara al Jefe del Departamento la entrevista que el Jefe de Manzanillo y
Bayamo había tenido con Varona y Aznar, se escogió a un jefe probo y de
reconocida inteligencia como lo era el Comandante Juan Ramírez Romagoza.
El 21
de Agosto de 1874.
El
Comandante Ramírez seguido de varias parejas partió con rumbo a Santiago de
Cuba, donde esperaba encontrar a Calixto García, a quien en efecto se unió en
el campamento de Dos Ríos, en la jurisdicción de Jiguaní, en la segunda
quincena del mes de agosto.
Después que
Ramírez le informó de lo acontecido, se recuerda que en presencia de su
oficialidad dijo Calixto en alta voz: “los españoles me quieren engañar al
venezolano, pero para allá parto yo inmediatamente”. Más antes quería el Mayor
General Jefe de Oriente que el Gobierno supiera de las proposiciones de paz y también
de las proposiciones de canjear artículos de guerra por productos cubanos, y
envió una extensa comunicación suya a su Jefe de Estado Mayor, Coronel Ismael
Céspedes[7], quien sin perder tiempo
se encaminó a la parte sur de la provincia de Camagüey en busca del Ejecutivo
Nacional.
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Era
propósito del General Calixto García llegar hasta Yarayabo, donde lo aguardaba
el General Barreto, sin tener tropiezos en el camino. “Nada quiero que me
estorbe la marcha en el tránsito, decía. No deseo ni siquiera cruzar un par de
tiros con los españoles; y al efecto, como pretendo esguazar (Sic.) (Se refiere cruzar el río que
estaba crecido) cuantas veces sea necesario, deberé ir lo más expedito posible,
llevando poca fuerza, pero es de imprescindible necesidad que los que me sigan
sepan nadar”.
La
primavera estaba en todo su apogeo, y todavía más: no se recuerda otra más
lluviosa en la década de Yara, por lo que el río Cauto y sus afluentes mayores,
el Bayamo, Cautillo y Contramaestre se hallaban desbordados. Las lluvias de
esos días hacían creer que el cielo se despedazaba.
Por dos
partes podía hacerse la jornada más directa a la zona de Guá; una partiendo por
entre Cautillo y Santa Rita, siguiendo Charco Redondo, pasando por las
cercanías de Guisa y luego directo hasta El Corojo para entonces faldear la
Sierra Maestra. La otra era costeando siempre el Cauto, hasta entrar por el
lado de la jurisdicción de Bayamo, pasar por Laguna Blanca y Jabaco hasta Punta
Gorda y de allí tomar la dirección del Humilladero, Veguita, etc., cruzando el
camino de Manzanillo, hasta llegar a las alturas de Yarayabo.
Calixto
optó por esta última ruta, que era la de la cuenca del Cauto en el vasto
territorio bayamés.
En 28
de Agosto de 1874
Salió el Mayor General Calixto García de Dos
Ríos, en los últimos días del citado mes de Agosto, llevando solamente una
pequeña fuerza compuesta de setenta hombres de la infantería y dieciséis a
caballo.
Al decir de
los agoreros, que nunca faltan en todas partes, desde ese día un velo comenzó a
cubrir la estrella siempre refulgente del Gran Caudillo.
No tardó en
presentársele el primer tropiezo, el río Cauto desbordado. Se asegura que ese
día era tal la crecida del río que no se percibía nada de una a otra orilla. El
cruce se efectuó por el conocido Paso de Oro, y cuando lo hacían por muy poco
no se ahogaron el Comandante Juan Miguel Ferrer, el Capitán Ayudante Esteban
García y el Soldado Esteban Cayero, a quienes les faltaron las fuerzas para
nadar. Si salvaron la vida fue por los trabajos de sus compañeros por
salvarlos, a la voz de mando del General García.
Salvado el
río, los expedicionarios buscaron un ribazo para acampar, pero no lo
encontraron porque el agua cubría las hierbas. Al fin, después de dos días de
camino casi sin detenerse, hicieron alto para descansar cuando atravesaron unos
“saos”, y ya muy cerca del camino real de la isla, exactamente por la parte de
Punta Gorda, a dos y media leguas de Cauto Embarcadero. Cuando allí llegaron
los soldados mambises, en cumplimiento de órdenes de Calixto, derribaron los
postes del telégrafo que ponía en comunicación a Cauto Embarcadero con Bayamo.
En vista de
que los realistas [Ejército Real español] estaban constantemente utilizando
aquel camino con el paso de convoyes de gran importancia, construyeron varios
parapetos desde Punta Gorda a Media Luna, de los cuales se servían siempre al
paso de la tropa. El General Calixto García también le destruyó esas posiciones
al enemigo, y tomó después el rumbo del Blanquizal, donde no le fue posible
pernoctar aquella noche como quería debido a la tempestad reinante, desatada
con vendaval, descargas eléctricas y torrenciales lluvias.
Al amanecer
del día siguiente, con los caminos anegados y los arroyos crecidos, se hizo a
la marcha el ilustre Caudillo vivaqueando por Jagüeyes, donde halló al bravo
Coronel Emilio Nogueras[8] custodiando un hospital de
sangre de más de treinta heridos, entre los que se encontraba con una pierna
astillada por un balazo, el Capitán Carlos Gabino Estrada.
Allí, en
aquel lugar de la montaña, se carecía de todo: no había médico, ni medicinas, ni
alimentos. A la llegada de Calixto y compañeros, estaban los pacientes
aguardando para que hicieran las curas a Pedro Maceo Chamorro y a Celedonio
Rodríguez a quienes, al efecto, ya le tenían preparado un “catauro” con miel de
abejas de la tierra. Y en busca de alimentos había salido el Capitán Joaquín
Meriño, a apostarse entre Veguita y Bueycito, a fin de asaltar un convoy a lomo
que esperaban ese día en este último lugar.
Félix Figueredo |
Y como allí
no había en que anotar nada, cada cual afinó el oído para aprender de memoria
lo que le hacía falta.
Al romper
los claros de la aurora el General y su compañía cruzó el camino de Bayamo, por
entre los campamentos enemigos de Veguita y Barrancas, en cuyo lugar y por
orden de Calixto, cayeron a golpe de machete unos cuantos postes de telégrafo y
picaron también el alambre conductor del mismo.
Pernoctaron
junto al río Jicotea y continuaron la ruta por la madrugada, haciendo alto en
las primeras horas de aquella mañana en La Cidra, lugar donde les dio alcance
el Jefe de la Brigada, Coronel Leonardo del Mármol. Este Jefe permaneció unas
cuantas horas en unión del General García y mientras lo impuso de todo lo que
él estaba al corriente referente a las proposiciones de paz y luego Mármol
partió con dirección opuesta, no sin antes haberle dado al General para que le
sirviera de práctico hasta Yarayabo, al Teniente Guerra, muy conocedor de la
comarca.
La ropa de
aquellos mambises, si ropa podía denominarse el conjunto de ripios fangosos que
vestían, venía siendo secada por las noches junto al calor de las fogatas del
vivac; y hacía ya una semana justa que habían salido del campamento de Dos
Ríos.
De La Cidra
se encaminó la fuerza de patriotas a San Antonio de Bajá[9], que era en verdad un
lugar pésimo, sin condiciones militares de ningún género para formar
campamento; a tal extremo que ni siquiera se pudo levantar una hoguera debido a
que no había donde hacerla, ni tampoco madera seca por todos aquellos
contornos. La malva peluda estaba tan alta y tan abundante toda vegetación, que
metida dentro de ella, no era posible distinguir a cuatro pasos a un hombre a
caballo.
A fin de
seguir adelante y rendir la última jornada, al amanecer del día siguiente se
envió la mayor parte de las fuerzas al Zarzal a proveerse de vituallas,
quedando el cuartel cubierto con solo quince hombres, pues otros habían salido
con dirección distinta en busca de miel y jutías.
Manuel de Quesada |
El enemigo.
Mientras el
General y su Estado Mayor comentaban las noticias del extranjero, la guerrilla
de Veguita, (con guerrilleros también de Barrancas), integrada en más de un
ochenta por ciento de nativos, pero criollos no de otra parte, sino de allí
mismo, nacidos y criados en aquellos matorrales que conocían a maravilla desde
sus más tiernos años, llegaba al sitio donde habían sido destrozados hilos y
postes telegráficos en el camino real y tomaba el rastro que hubo de conducirla
hasta el buscado campamento cubano en el camino de la Sierra.
4 de septiembre de 1874
Serían las doce del día y llovía a cántaros,
sucediéndose asombrosamente los truenos y relámpagos, cuando se escuchan
denotaciones de fuego por el lado de la avanzada del rastro, que la mandaba el
sargento Villareal.
El
centinela cubano al dar el "¡quién va!", que no contestaron los realistas, y
comprender que era enemiga la tropa que a su vista se agazapaba, le hizo fuego.
Los españoles respondieron con fogonazos también, pero no avanzaron, sino que
se prepararon para maniobrar en dos flancos, llevando algunos números por el
centro. El centinela mambí, subido a un árbol, dominaba parte de la maniobra
enemiga.
Jesús Sablón Moreno, conocido por todos los cubanos como “Rabí” |
Dispuso
también el Mayor General García que se ayudante Agustín Camejo saliese por la
parte opuesta llevando la impedimenta a un lugar convenido, camino de la
Sierra. (La casi totalidad de la fuerza cubana, como ya sabemos, se hallaba en
busca de provisiones de boca).
Se le
presenta entonces al General, con las botas, para ponérselas, su asistente
Pancho, pero no las quiso el Jefe y le dijo: “guárdalas y vete con los números
de caballería que van para la sabana”.
Los
españoles permanecieron como treinta minutos sin disparar un tiro, maniobrando
dentro del radio del cuartel cubano sin ser vistos ya, pues la malva peluda por
una parte, y la lluvia por la otra, les favorecían grandemente en sus
movimientos.
Contaba el
Comandante Juan Miguel Ferrer que en aquellos instantes psicológicos se acercó
al General el Dr. Félix Figueredo, Jefe de Sanidad, diciéndole íntimamente:
“Mira, Calixto, que por lo que se advierte, el enemigo que tenemos encima es
numeroso y nos van a llegar, al mismo tiempo, el centro y los flancos, con el
propósito de envolvernos, y no tienes en el campamento medio de contenerlo,
puesto que no cuentas ni con media docena de números para cubrir los flancos.
En mi opinión sería mejor que nos fuéramos a la sabana, aun suponiendo que por
allá encontremos mayor peligro, con tal de verte salir de este lugar fangoso”.
El General
contestó que él no pensaba pelear porque no tenía fuerzas en ese momento, “pero
solo aguardo para retirarme, que Jesús[11] le entable aquí la pelea
por algún tiempo. Aunque me vea obligado a retirarme de un campamento debido a
la superioridad numérica del enemigo, yo le he demostrado siempre a los
españoles el valor y la fuerza moral que tienen los soldados cubanos”.
Había
salido el General de su pabellón y en sus puestos se encontraban sus ayudantes
José Ignacio Quesada, José Sauvanel, Joaquincito Castellano Tamayo y Esteban
García: también estaba el Capitán Joaquín Planas y el práctico, Teniente
Guerra, que se encargaba de contestar las preguntas de Calixto. Estaban más
allá los asistentes del General, Candelario y Guadalupe.
El Jefe de
Sanidad, acaso con el plausible propósito de prestar a tiempo auxilios médicos,
partió a toda prisa hacia la sabana, uniéndose a la impedimenta, que la
resguardaban los números de caballería que mandaba el Comandante Ferrer.
En aquellos
momentos de fija atención se escucha como a no lejana distancia un sordo murmullo
por el flanco izquierdo del pabellón del General; y en isócrono movimiento se
refleja la alegría producida en el rostro de los presentes cuando se oye la voz
potente de Calixto que decía con alborozo: ¡VIVA CUBA! ¡AHORA ESTO CAMBIO DE
ASPECTO! ¡Ahí está ya la gente del Zarzal!
Por su
orden partió a toda prisa el Teniente Guerra que llevaba un número para darles
el alto a los que avanzaban y… casi que allí mismo se vio sorprendido por el
enemigo que le hizo unos cuantos disparos: él les contestó el fuego y se
replegó a ocupar su puesto.
El
comandante Rabí al oír las descargas de fusilería en dirección a donde se
hallaba el General García, corre a auxiliarlo con su piquete y a corta
distancia es interceptado su paso por las descargas cerradas de los guerrilleros
que avanzan por el frente en crecido número.
Mientras
tanto, cerca del General fue herido gravemente en las dos piernas el Capitán
Planas, a quien auxilió inmediatamente el Capitán Esteban García, que lo llevó
a poner fuera del radio de los tiros por la parte sur del campamento.
El más
joven de los ayudantes de Calixto García, Joaquincito Castellanos, vástago de
una distinguida familia de Bayamo, cayó muerto como todo un valiente a los pies
de su Jefe, disputándole el terreno palmo a palmo a los enemigos de su patria;
había descargado por segunda vez su revólver hacia aquel torbellino de
guerrilleros, que era lo mismo que decir gente cruel y mercenaria; gente
víctima del uso y abuso de bebidas alcohólicas.
Mira el
General a su alrededor y ya no ve más que a Quesada, a Candelario y a
Guadalupe; los patriotas no podían contestar el fuego porque ya no tenían
municiones; no quedaba más bala en la facción cubana que la última que se había
reservado el ilustre caudillo oriental para quitarse la vida, caso de verse en
el duro trance de tener que caer en poder de sus enemigos.
Al notar
los guerrilleros que ya eran inofensivos los patriotas, puesto que no
contestaban el ataque, se enciman a ellos, machete en mano y en forma de
irrupción vandálica, pudiendo entonces escapar por los fangueros de dentro del
monte, milagrosamente, los asistentes.
En medio de
aquella confusión de vocinglería desaforada dando vivas a España dentro de la
selva criolla (¡qué paradoja!), se escucha primero un estentóreo ¡VIVA CUBA! y
seguidamente una detonación de arma de fuego que retumba en el seno de la
montaña con eco atronador…
Era el
Mayor General Calixto García Iñiguez que se elevaba a más allá del pináculo de
la gloria para registrar su nombre en la consagración de los inmortales. ¡Se
había agujereado el cráneo a fin de no caer en manos de los enemigos de la
libertad de su patria!
Eternamente quedó en su frente la marca del lugar por donde le salió la bala |
Dirección seguida por la bala |
Añadir leyenda |
¡Ni aquel sublime momento de heroísmo detuvo a los cipayos, que en el acto se atropellaban para registrarle los bolsillos…!
En
cualquiera otra parte del mundo civilizado los hombres se habrían cuadrado y
descubierto ante tamaña heroicidad para reverenciar y glorificar al héroe.
-Se ha suicidado, decían. Que tiro más fenomenal. La bala le ha entrado por debajo de la barba y le ha salido por el medio de la frente. El revólver es Smith 44 y tiene su cámara descargada.-Oiga usted, prisionero, ¿quién era este?, interroga un oficial español señalando a Calixto García y dirigiéndose a José Ignacio Quesada, que lo tenían apresado varios guerrilleros.
Aquel digno
patriota, hijo de Camagüey, da gallardamente dos pasos al frente, hacia donde
yacía tirado, enlodado su jefe, al parecer muerto; se cuadra ante él y con la
diestra en saludo, contesta al militar que le pregunta:
-Ese es el cadáver del que ha sido hasta hace pocos momentos el Mayor General Calixto García Iñiguez, Jefe del Departamento Militar de Oriente; y de quien el que habla ha tenido el honor de ser uno de sus ayudantes.-Está bien, amarren a éste, porque lo que es este otro ya no se puede escapar.
Así habló
el Capitán Ariza, íntimo de Lolo Benítez en sus infernales correrías por Guisa,
Bayamo y Jiguaní, las cuales, seguros estamos, que jamás habrán de relatarse
con sus pelos y señales debido a que tampoco se verán publicados en letras de
molde.
Y mientras el General era trasladado como un cadáver al pueblo de Veguitas, donde recobró el conocimiento, el Comandante Rabí, que había recogido los disgregados, momentos después del minuto fatal, buscaba a su jefe superior incesantemente por la espesura de la montaña, siempre diciendo: “yo no puedo creer de ningún modo que el General haya sido hecho prisionero”.
La
impedimenta, que se hallaba a un lado de la sabana de Orozco, regresó al
campamento por mandato de Rabí y junto a ella el Dr. Félix Figueredo, todos
resguardados por las parejas de caballería.
Como el
Comandante Ferrer le interrogara a Rabí que en qué se fundaba él para creer que
el General no había sido hecho prisionero, le contestó:
-Porque yo conozco a Calixto desde muchacho y estoy convencido de que se mata el mismo y no se deja coger prisionero.
Entre los
que rodeaban a Rabí en aquellos instantes se encontraban los tres asistentes
del General. Pancho, que era el de toda su confianza[12], al escuchar la
contestación de Rabí dijo sollozando.
-Ah, entonces el tiro de que me hablaron Candelario y Guadalupe, que había sonado de último, era el del General mientras se mataba.
Llegó el
día siguiente, y en presencia de todos se le dio honrosa sepultura en los
montes de San Antonio al joven Teniente Joaquincito Castellanos, quien contaba
con veinte años de edad. En su cuerpo se le veía un balazo, cuatro machetazos y
varias contusiones como de culatazos.
Todavía se
hicieron varias pesquisas más por entre los montes y sabanas limítrofes, a ver
si encontraban al General y al Comandante Quesada, que eran los únicos que
faltaban.
A todo esto
la fuerza que había ido al Zarzal a proveerse de viandas, mandada por el
Capitán Francisco Blanco (Bellito), y llevando también al Teniente Santiago
Dellundé, mientras estaban en los boniatales en la operación de la resaca,
fueron atacados ese mismo día cuatro de septiembre por los guerrilleros de
Jibacoa, que también eran cubanos en su mayor número. Pero la defensa de aquel
puñado de valientes resultó heroica, quedando en la sorpresa, muertos, dos de
los muchachos cubanos y diez de los guerrilleros, mientras los otros huyeron
del lugar en precipitada fuga.
La crecida
del río San Antonio fue el motivo principal de que Bellito no pudiera reunirse
con Rabí hasta el día seis. Para entonces ya estaban todos convencidos del
desastre, por lo que partieron con el alma destrozada, rumbo a Santiago de
Cuba, por entre la Sierra Maestra.
Dicen que
en el momento de marcharse de Bajá reinó en ellos un silencio de catacumbas.
[1] Se refiere a la caída en combate del ex presidente
de la República y Padre de la Patria
[2] Covachuela, diminutivo despectivo de cueva. Es la
denominación que se da a las habitaciones situadas en la planta del sótano,
especialmente el ocupado por una tienda o un despacho. Su uso, que enseguida se
convirtió en peyorativo, se remonta a la España del siglo XVII, donde la
Secretaría del Despacho tenía esa ubicación en el Alcázar de Madrid. Por
extensión el término se usó para referirse a cualquier puesto burocrático o a
una oficina, donde trabajaban los covachuelistas.
[3] Esteban de Varona prestaba a la Revolución buenos
servicios desde Manzanillo; uno de ellos era el de la correspondencia con el
exterior. Su nombramiento de Agente Especial de la Revolución Cubana fue dado
por Carlos Manuel de Céspedes.
[4] Se refiere a los servidores del Ejército Real de
España.
[5] Aznar era un militar español que demostró en
varias ocasiones tener nobles sentimientos; cosa rara en aquella época entre
los representantes de la monarquía. Entonces Aznar no solo le salvó la vida a
Esteban de Varona, sino que acogió y adoptó como hija a una niña de tres años
que iba con su padre, (Esteban de Varona), cerca de Lajas, Oriente. (Aznar
marchaba en esa columna). Asimismo Aznar fue el que desde Guáimaro salió a
hacerle proposiciones de presentación a José Caridad Vargas, jefe del Batallón
de Cabaniguán, por cuyo motivo fueron fusilados Vargas y el joven Fabré, de
Bayamo.
[6] Barreto Pérez, José Miguel (1830-1900) Mayor
General. Nació en Aragua de
Maturín,
estado de Monagas, Venezuela, en 1830. Prestó servicios en el ejército de su
país en el que alcanzó el grado de General de Brigada. Posteriormente viajó a
Cuba como jefe de la expedición del segundo viaje del vapor Virginius, que
desembarcó el 6.7.1873 por la ensenada de La Mora, cerca de Pilón, en la costa
sur de Oriente. Quince días después recibió el grado de Mayor General y el 5.8.1873
fue nombrado Secretario de la Guerra del gobierno del presidente Carlos Manuel
de Céspedes. Cuando éste fue depuesto, el 27.10.1873, Barreto fue trasladado al
cargo de segundo jefe del Departamento Provisional del Cauto, bajo las órdenes
del Mayor General Vicente García. En el mismo Departamento, Barreto también
ocupó la jefatura de la División que abarcaba los distritos de Las Tunas, Bayamo
y Jiguaní. En septiembre de 1874, (a menos de un mes de los sucesos que casi le
cuestan la vida a Calixto García), el presidente Salvador Cisneros dispuso que
el venezolano pasara a la provincia de Camagüey bajo las órdenes del Mayor
General Máximo Gómez, pero éste se mantuvo en Las Tunas y en los territorios de
Bayamo y Manzanillo. Junto al General de Brigada Miguel Bravo Sentíes, Barreto
redactó en 20.4.1875, el manifiesto que seis días más tarde fue proclamado en
Laguna de Varona, siendo uno de los principales instigadores de esa sedición.
Junto con el entonces Teniente Coronel Modesto Fonseca, lideró la sedición de
Santa Rita,
en 11.5.1877. El 25.10.1877 fue hecho prisionero por los españoles en Las
Pelonas, Las Tunas, y encerrado en el fuerte La Loma, en Puerto Padre. El
29.12.1877 se le celebró consejo de guerra en Holguín, en el cual resultó
condenado a muerte; pero la pena le fue conmutada por el Capitán General español
Arsenio Martínez Campos, quien ya se encontraba en sus manejos para lograr
la capitulación de los cubanos. Barreto fue liberado después de concertado el
Pacto del Zanjón (10.2.1878). Falleció en su pueblo natal, el 14.10.1900. Otras
fuentes señalan que murió en Caracas.
[7] Céspedes Yero, Ismael (?) Coronel. Conspiró en la
región de Guantánamo, donde se
alzó para participar en la Guerra del 68. Se integró al Estado Mayor de la
División (Santiago de) Cuba, bajo las órdenes del Mayor General Donato Mármol.
Combatió en El Palmar y Sabana Abajo, entre otros. Fue jefe de despacho del Cuartel
General del Brigadier Antonio Maceo y jefe de Estado Mayor del Mayor General Calixto
García. Se destacó en el combate de Santa María de Ocujal (Copo del Chato), el 26.9.1873,
y el 25.8.1873 recibió el ascenso a Coronel. Se sumó a la sedición de Lagunas
de Varona (26.4.1875). Participó en el ataque a Sabanilla, en Baracoa, el
23.12.1876. En marzo de 1877 era jefe de una de las brigadas subordinadas a la
División Cuba. Rechazó el Pacto del Zanjón (10.2.1878). El 5.10.1879 fue
detenido en Manzanillo por estar implicado con el desarrollo de la Guerra
Chiquita, y lo trasladaron al Morro de Santiago de Cuba, donde permaneció
16 días. Después fue enviado prisionero al castillo de San Cristóbal, en San
Juan, Puerto Rico, y remitido a Cádiz, España. Posteriormente estuvo en las prisiones de Melilla, Ceuta y Chafarinas.
[8] Nogueras, Emilio (¿-1876) Coronel. Nació en
Bayamo, Oriente. Combatiente de la Guerra del 68. Perteneció a la División [Santiago
de] Cuba, en la cual estuvo bajo
el mando de los mayores generales Donato Mármol, Máximo Gómez, Calixto García
y Antonio Maceo, sucesivamente. Participó en el combate de El Yanal, el 5.7.1872.
El 1.6.1873 combatió en la Sabana de la Pihuela, Manzanillo, y del 4 al 6 de
ese mes lo hizo en El Zarzal. Tres semanas más tarde, el 27, fue ascendido a Coronel.
Tuvo participación en el ataque a Manzanillo del 10.11.1873. En ese año también
operó en la región de Bayamo, bajo las órdenes del Coronel Leonardo Mármol.
A fines de 1874 ocupó la jefatura de la Brigada de Santiago de Cuba. Cumpliendo
misiones en la región de Holguín, en junio de 1875, atacó el campamento
español de La Demajagua. El 6.9.1875 se destacó en el asalto a un tren
español, entre Guantánamo y Caimanera, bajo las órdenes de Maceo, y ocho días
más tarde combatió en la trocha militar del Cauto. A fines de ese año fue trasladado
a la jefatura de la Brigada de Guantánamo. En enero de 1876 atacó el
caserío
de Jesús María y acompañó a Antonio Maceo en el ataque a Fray Benito, el
11, así como en el combate de Yabazón Abajo, el 25. Este mismo día volvió a combatir
en Corralito. El 23.12.1876 resultó gravemente herido durante el asalto a un
fortín en Sabanilla, Baracoa, de cuyas consecuencias murió al siguiente día.
(Aunque de estatura mediana, era un hércules por su musculatura. Los ojos
azules. Parecía un noruego, por más que nadie le superaba en alma cubana).
[9] Se llama así, de Bajá, precisamente porque allí
está muy baja la tierra, y en primavera casi todo estaba cubierto de agua.
[10] Quesada Loynaz,
Manuel de (1833-1884) Mayor General. Nació en
Puerto Príncipe, Camagüey, el 29.3.1830.
Cuñado de Carlos Manuel de
Céspedes. Fue miembro de la organización
secreta independentista Sociedad Libertadora de Puerto Príncipe. En julio de
1851 se dispuso a secundar el alzamiento de Joaquín Agüero pero desistió al
conocer que éste había caído prisionero de los españoles. Posteriormente se vio
obligado a vivir semioculto hasta que abandonó la Isla en una goleta, el
31.7.1855. Desde Nueva York se trasladó a México en cuyo ejército ingresó con
grado de alférez. En la llamada Guerra de
Reforma (1857-1861), alcanzó el de Coronel combatiendo al lado de los liberales.
Dirigió el primer combate contra los invasores franceses en La Rinconada, al
desembarcar estos en Veracruz, en 1862. Organizó el cuerpo de caballería
Lanceros de Quesada, con el cual libró en poco tiempo múltiples combates y se
destacó en la defensa de Puebla. Ocupó varios cargos importantes, entre ellos
el de gobernador militar del estado de Durango, con grado de General División.
Concluida la guerra contra la ocupación francesa, en junio de 1867, marchó
hacia Nueva York con el propósito de trabajar en interés de la independencia de
Cuba. El 1.9.1868 llegó a Nuevitas, desde Nassau, con el objetivo de conocer si estaban creadas
las condiciones para un alzamiento. Logró entrevistarse con Napoleón Arango,
uno de los principales conspiradores de Camagüey, quien lo desinformó. Regresó
a Nueva York, donde le sorprendió el alzamiento de los orientales. De inmediato
se dio a la tarea de organizar una expedición en la goleta Galvanic, con la
cual desembarcó al frente de unos 60 hombres por el estero Piloto, en la costa
norte de Camagüey, el 27.12.1868, siendo ésta la primera expedición de las
guerras independentistas. Cuatro días después el Comité Revolucionario del
Centro lo designó General en Jefe de las fuerzas camagüeyanas. Planeó el ataque
a una gruesa columna española que, bajo el mando del brigadier Lezca, había
desembarcado por la playa Guanaja, en la costa norte de Camagüey, el 18.2.1869.
El 23 los camagüeyanos le ocasionaron grandes pérdidas en el paso de la sierra
de Cubitas; pero no impidieron que llegara a Puerto Príncipe, como era su
propósito. Quesada no participó
personalmente en esta acción por
encontrarse enfermo. Asistió a la Asamblea Constituyente de Guáimaro, aunque no
en calidad de representante. Allí fue nombrado General en Jefe del Ejército Libertador
(11.4.1869). En ese cargo demostró su capacidad organizativa en la
reestructuración de las tropas, el establecimiento de fábricas de pólvora y
talleres de talabartería, el fomento de zonas de cultivo y salinas, y la
creación de un sistema para el aseguramiento logístico. El 13.6.1869 atacó el fuerte de La Llanada, cerca de
Puerto Príncipe, y poco después derrotó a la guarnición de Sabana Nueva. Para
el ataque a Las Tunas, el 16.8.1869, concentró gran número de fuerzas e invitó
al gobierno y a los miembros de la Cámara de Representantes. El fracaso de esta
acción hizo decrecer su prestigio como jefe, fundamentalmente entre los
representantes. Quesada planteó que el desempeño de sus funciones se veía
constantemente limitada por la intervención de los poderes civiles, lo que creó
un estado de tirantez entre él y los miembros de la Cámara, agudizado durante
el segundo semestre de 1869. El 15.12.1869 concentró a gran cantidad de jefes en
Horcón de Najasa para una reunión a la que también invitó a los representantes.
Ese día en acertada arenga, solicitó mayor independencia para los mandos
militares, lo cual recibió el beneplácito de los jefes. Pero al siguiente día,
en una segunda reunión, demandó la centralización del mando militar,
considerado por muchos como un intento de implantar una dictadura militar. Un
día después, 17 de diciembre, se vio precisado a renunciar pero ya la Cámara
había acordado su destitución, el 3.1.1870, el presidente Carlos Manuel de
Céspedes lo nombró agente especial del gobierno cubano en el extranjero, con la
misión de adquirir recursos para la guerra. El 28 de ese mes salió hacia Nueva
York. Fomentó la organización de varias expediciones, como la de la goleta J. Adams, desembarcada el
17.1.1871, y las del vapor Virginius, el cual adquirió, y que en su tercer y
último viaje, el 31.10.1873, fueron capturados todos los expedicionarios. En
este hecho fue fusilado su hijo Herminio. El despliegue de su actividad
contrastó con la pasividad mostrada por Miguel Aldama, agente general de Cuba.
Los seguidores de éste acusaban a Quesada de mantener una actitud insolente y
llevar un tren de vida fastuoso. Esto originó que gran parte de la emigración
cubana se dividiera en dos bandos: aldamistas y quesadistas. En 1872 Céspedes
suprimió la Agencia General en Nueva York y nombró a Quesada agente
confidencial. Después de la deposición de Céspedes (27.10.1873), el gobierno de
Salvador Cisneros lo destituyó. No obstante, continuó viajando por varios países con iguales
fines. Al firmarse el Pacto del Zanjón (10.2.1878), se radicó en Costa Rica,
donde ocupó el cargo de superintendente de los ferrocarriles. Su trabajo
influyó notablemente en la construcción de la importante vía férrea entre San
José y el océano Pacífico, obra vital para la economía de ese país. Murió de
pulmonía, en San José de Costa Rica el 30.1.1884.
[11] Sablón Moreno, Jesús (Rabí) (1845-1915) Mayor
general. Nació en Jiguaní, Oriente, el 24.6.1845. Fue más conocido como Rabí, sobrenombre
con que se identificaba su padre. Combatiente de las tres guerras. En la del 68
se alzó el
13
de octubre de ese año, en Santa Rita, uniéndose a las fuerzas de Donato Mármol.
Dos días después participó en el ataque a Jiguaní y el 26 tomó parte en la carga
al machete de Venta del Pino (Pinos de Baire), bajo el mando del Mayor General
Máximo Gómez. Combatió bajo las órdenes de Calixto García, Luis Figueredo y Antonio
Maceo. Estuvo al mando de la escolta del presidente Carlos Manuel de Céspedes,
con grado de Capitán. Resultó herido en el combate de Rejondón de Báguano, el
26.6.1872. El 5.1.1874 fue ascendido a Comandante y nombrado jefe del 1er Batallón
del Regimiento Jiguaní. El 6.9.1874 se encontraba junto con Calixto en la
acción de San Antonio de Bajá; pero no pudo impedir que éste cayera en manos de
los españoles. Aunque brindó su apoyo a la sedición de Lagunas de Varona (26.4.1875),
cinco días después se lo retiró. Participó en la Protesta de Baraguá. En ese
lugar, el 17.3.1878 el gobierno provisional del Mayor General Titá Calvar lo
ascendió a Teniente Coronel y lo destinó a la región de Jiguaní. Capituló el 14.6.1878.
Para participar en la Guerra Chiquita se alzó el 5.10.1879, en Jiguaní. En 1890
participó en la conspiración conocida como La Paz del Manganeso. En la contienda
del 95 se alzó el 24 de febrero de ese año, en Las Yeguas, cerca de Jiguaní.
Dos días después, por aclamación de las tropas, tomó el mando de las fuerzas
sublevadas en Baire y Jiguaní. Se plantea que en los primeros días aceptó aparentar
una tendencia autonomista con el objetivo de ganar tiempo para organizar las
tropas. A mediados de abril de 1895 se subordinó al Mayor General Antonio Maceo.
El 7.3.1895 libró la acción de Los Negros y el 13.5.1895 participó en el combate
de Jobito. Once días después fue ascendido a General de Brigada. Tuvo participación
en el combate de Peralejo (13.7.1895) y dirigió las acciones de El Cacao
(10.8.1895), donde un proyectil le atravesó el omóplato, y Palo Picado (31.10.1895).
El 2.10.1895 asumió interinamente la jefatura del 2 Cuerpo, aunque el verdadero
mando lo continuó ejerciendo el Mayor General Bartolomé Masó hasta el 1.12.1895.
El 7.5.1896 fue ratificado en ese cargo. Intervino en los combates de Loma del
Hierro (21.8.1896), Guáimaro (17 al 18.10.1896), La Marina (4.10.1896) y
Lugones (4.11.1896). El 16.12.1896, el Consejo de Gobierno lo ascendió a mayor
general, con antigüedad del 21.8.1896. En 1897 combatió en Jiguaní (12.3.1897)
y Baire (22.3.1897) y participó en la toma de Las Tunas (28 al 30.8.1897) y de
Guisa (28.11.1897), entre otras acciones. El 28.4.1898 estuvo, junto con
Calixto, en la toma de Bayamo. Fue designado segundo jefe de la agrupación de
tropas creada para librar la Campaña de Santiago de Cuba, bajo las órdenes de
Calixto. El 25.6.1898 embarcó con su EM por Aserradero para desembarcar, al día
siguiente, por la playa de Siboney. Estuvo en el ataque a El Caney y en el
combate de la Loma de San Juan. Concluida la guerra se negó a ocupar cargos
públicos durante la ocupación militar norteamericana. Durante la República se
desempeñó como inspector de Montes y Minas. Murió en Bayamo, el 5.12.1915.
[12] El General Calixto García siempre fue muy muy querido de sus fuerzas y muy
particularmente de sus ordenanzas, al extremo que murió en Washington en los
brazos de uno de ellos, Carlos Betancourt, que era en la guerra del 95 lo que
fue Pancho en la guerra grande del 68: el ordenanza de su entera satisfacción.
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