jueves, 22 de noviembre de 2018

Heroísmo de Calixto García Iñiguez en San Antonio de Bajá. RELATO GENUINAMENTE HISTORICO DE AQUEL SANGRIENTO DRAMA.



Por el Comandante Armando Prats Lerma.
En: Boletín del Ejército. La Habana. Año 14, No. 162. Volumen XXVII. Agosto de 1929.
Se eleva más allá del pináculo de la gloria y registra su nombre en el libro de los inmortales/Prefiere el Caudillo la muerte por suicidio antes que caer en manos de sus enemigos.



Dedicado este recuerdo a los ilustres sobrevivientes de la Guerra Grande.
“El heroísmo en la prosperidad es bello, pero en la adversidad es sublime”.
Castelar.


El 27 de febrero de 1874
Sabido es que entre la multitud de papeles que se incautaron los españoles cuando el triste y doloroso acontecimiento de Carlos Manuel de Céspedes en San Lorenzo[1], aparecieron unas cuantas libretas y comunicaciones escritas en clave casi todas sus hojas.
Sabás Marín, que ahondaba casi siempre con acierto en el desempeño de su cometido, era a la sazón el Comandante General de la provincia [Oriente, Cuba] y puso todo su empeño en descifrarlas; y al efecto obtuvo de Concha, el Capitán General, que le enviara gente experimentada en la materia a fin de revelar cuanto antes aquel misterio que tanto le preocupaba. Y desde la oficina de la Capitanía General de La Habana partió para Santiago de Cuba un grupo de individuos especialistas y astutos, conocidos de antaño por su inteligencia y sagacidad en poner en claro esa clase de signaturas, generalmente incógnitas, pero que, como ya sabemos, son usadas en tiempos de guerra para entenderse entre sí las fracciones contendientes.
En esos papeles a los que hacemos referencia, no perdieron ni de día ni de noche las miradas penetrantes e inquisitivas de los especialistas durante cuatro meses continuados; y al cabo de los cuales los sabuesos escudriñadores y covachuelistas[2] de primera fila vinieron a la conclusión de que el nombre de Marqueta, que aparecía como firma en varios escritos, era el seudónimo de Esteban de Varona[3], joven camagüeyano, vecino de Manzanillo, que hasta entonces había sido como confidente, un gran servidor de su patria.
A los realistas[4] no les fue posible descifrar más clave que la de Manzanillo, tenida con Varona. Y Sabás Marín, sin pérdida de tiempo, ordenó la prisión de este, que se efectuó.
Días después desembarcó en Manzanillo el Comandante español Aznar[5], nombrado fiscal de la causa.
Quiso la casualidad que Aznar y Varona eran viejos amigos y pronto se entendieron. Y para salvar al confidente cubano, Aznar aleccionó a Varona; y los dos salieron días más tarde al campo de la Revolución a hacer proposiciones de paz (de acuerdo, decían, con la Comandancia General, a quien ellos burlaban en este caso). Aquello, como se ve, no era más que una trama urdida para engañar a tirios y troyanos, pues la verdadera cuestión estribaba en salvar a Varona, a quien incuestionablemente lo habrían condenado los españoles a la pena capital.
José Miguel Barreto
El General José Miguel Barreto[6] era el Jefe de la División de Bayamo y Manzanillo; y, como correspondía, dio cuenta por escrito al Jefe del Ejército Libertador en Oriente, Cuba, Mayor General Calixto García Iñiguez del agente Varona y del Comandante Aznar, que acompañaba a aquel, y quien, además de las proposiciones de paz que llevaba escritas, hacía otras de gran importancia para la causa cubana: ofrecían los dos enviados del Ejército español artefactos de guerra a cambio de que los patriotas independentistas le pusiesen en el litoral del sur algunos productos del país.
Para que llevara la comunicación de Barreto a Calixto García y para que a viva voz le explicara al Jefe del Departamento la entrevista que el Jefe de Manzanillo y Bayamo había tenido con Varona y Aznar, se escogió a un jefe probo y de reconocida inteligencia como lo era el Comandante Juan Ramírez Romagoza.

El 21 de Agosto de 1874.
El Comandante Ramírez seguido de varias parejas partió con rumbo a Santiago de Cuba, donde esperaba encontrar a Calixto García, a quien en efecto se unió en el campamento de Dos Ríos, en la jurisdicción de Jiguaní, en la segunda quincena del mes de agosto.
Después que Ramírez le informó de lo acontecido, se recuerda que en presencia de su oficialidad dijo Calixto en alta voz: “los españoles me quieren engañar al venezolano, pero para allá parto yo inmediatamente”. Más antes quería el Mayor General Jefe de Oriente que el Gobierno supiera de las proposiciones de paz y también de las proposiciones de canjear artículos de guerra por productos cubanos, y envió una extensa comunicación suya a su Jefe de Estado Mayor, Coronel Ismael Céspedes[7], quien sin perder tiempo se encaminó a la parte sur de la provincia de Camagüey en busca del Ejecutivo Nacional.
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Era propósito del General Calixto García llegar hasta Yarayabo, donde lo aguardaba el General Barreto, sin tener tropiezos en el camino. “Nada quiero que me estorbe la marcha en el tránsito, decía. No deseo ni siquiera cruzar un par de tiros con los españoles; y al efecto, como pretendo  esguazar (Sic.) (Se refiere cruzar el río que estaba crecido) cuantas veces sea necesario, deberé ir lo más expedito posible, llevando poca fuerza, pero es de imprescindible necesidad que los que me sigan sepan nadar”.
La primavera estaba en todo su apogeo, y todavía más: no se recuerda otra más lluviosa en la década de Yara, por lo que el río Cauto y sus afluentes mayores, el Bayamo, Cautillo y Contramaestre se hallaban desbordados. Las lluvias de esos días hacían creer que el cielo se despedazaba.
Por dos partes podía hacerse la jornada más directa a la zona de Guá; una partiendo por entre Cautillo y Santa Rita, siguiendo Charco Redondo, pasando por las cercanías de Guisa y luego directo hasta El Corojo para entonces faldear la Sierra Maestra. La otra era costeando siempre el Cauto, hasta entrar por el lado de la jurisdicción de Bayamo, pasar por Laguna Blanca y Jabaco hasta Punta Gorda y de allí tomar la dirección del Humilladero, Veguita, etc., cruzando el camino de Manzanillo, hasta llegar a las alturas de Yarayabo.
Calixto optó por esta última ruta, que era la de la cuenca del Cauto en el vasto territorio bayamés.

En 28 de Agosto de 1874
 Salió el Mayor General Calixto García de Dos Ríos, en los últimos días del citado mes de Agosto, llevando solamente una pequeña fuerza compuesta de setenta hombres de la infantería y dieciséis a caballo.
Al decir de los agoreros, que nunca faltan en todas partes, desde ese día un velo comenzó a cubrir la estrella siempre refulgente del Gran Caudillo.
No tardó en presentársele el primer tropiezo, el río Cauto desbordado. Se asegura que ese día era tal la crecida del río que no se percibía nada de una a otra orilla. El cruce se efectuó por el conocido Paso de Oro, y cuando lo hacían por muy poco no se ahogaron el Comandante Juan Miguel Ferrer, el Capitán Ayudante Esteban García y el Soldado Esteban Cayero, a quienes les faltaron las fuerzas para nadar. Si salvaron la vida fue por los trabajos de sus compañeros por salvarlos, a la voz de mando del General García.
Salvado el río, los expedicionarios buscaron un ribazo para acampar, pero no lo encontraron porque el agua cubría las hierbas. Al fin, después de dos días de camino casi sin detenerse, hicieron alto para descansar cuando atravesaron unos “saos”, y ya muy cerca del camino real de la isla, exactamente por la parte de Punta Gorda, a dos y media leguas de Cauto Embarcadero. Cuando allí llegaron los soldados mambises, en cumplimiento de órdenes de Calixto, derribaron los postes del telégrafo que ponía en comunicación a Cauto Embarcadero con Bayamo.
En vista de que los realistas [Ejército Real español] estaban constantemente utilizando aquel camino con el paso de convoyes de gran importancia, construyeron varios parapetos desde Punta Gorda a Media Luna, de los cuales se servían siempre al paso de la tropa. El General Calixto García también le destruyó esas posiciones al enemigo, y tomó después el rumbo del Blanquizal, donde no le fue posible pernoctar aquella noche como quería debido a la tempestad reinante, desatada con vendaval, descargas eléctricas y torrenciales lluvias.
Al amanecer del día siguiente, con los caminos anegados y los arroyos crecidos, se hizo a la marcha el ilustre Caudillo vivaqueando por Jagüeyes, donde halló al bravo Coronel Emilio Nogueras[8] custodiando un hospital de sangre de más de treinta heridos, entre los que se encontraba con una pierna astillada por un balazo, el Capitán Carlos Gabino Estrada.
Allí, en aquel lugar de la montaña, se carecía de todo: no había médico, ni medicinas, ni alimentos. A la llegada de Calixto y compañeros, estaban los pacientes aguardando para que hicieran las curas a Pedro Maceo Chamorro y a Celedonio Rodríguez a quienes, al efecto, ya le tenían preparado un “catauro” con miel de abejas de la tierra. Y en busca de alimentos había salido el Capitán Joaquín Meriño, a apostarse entre Veguita y Bueycito, a fin de asaltar un convoy a lomo que esperaban ese día en este último lugar.
Félix Figueredo
El Dr. Félix Figueredo, Jefe de Sanidad, que iba agregado al Cuartel General, no pudo de momento hacer anda en favor de aquellos enfermos, como deseaba el General Calixto, pues carecía de medicinas, pero aconsejó para las heridas, los emplastos de miel de abejas con güira cimarrona, y recomendó, también, tisanas y pócimas y lavados distintos: unos de guaguasí para las llagas, la guásima como refrescante y el chamico para el pecho, las hojas de aguedita como febrífugo, el díctamo-real como vomitivo y la tua-tua como purgante.
Y como allí no había en que anotar nada, cada cual afinó el oído para aprender de memoria lo que le hacía falta.
Al romper los claros de la aurora el General y su compañía cruzó el camino de Bayamo, por entre los campamentos enemigos de Veguita y Barrancas, en cuyo lugar y por orden de Calixto, cayeron a golpe de machete unos cuantos postes de telégrafo y picaron también el alambre conductor del mismo.
Pernoctaron junto al río Jicotea y continuaron la ruta por la madrugada, haciendo alto en las primeras horas de aquella mañana en La Cidra, lugar donde les dio alcance el Jefe de la Brigada, Coronel Leonardo del Mármol. Este Jefe permaneció unas cuantas horas en unión del General García y mientras lo impuso de todo lo que él estaba al corriente referente a las proposiciones de paz y luego Mármol partió con dirección opuesta, no sin antes haberle dado al General para que le sirviera de práctico hasta Yarayabo, al Teniente Guerra, muy conocedor de la comarca.
La ropa de aquellos mambises, si ropa podía denominarse el conjunto de ripios fangosos que vestían, venía siendo secada por las noches junto al calor de las fogatas del vivac; y hacía ya una semana justa que habían salido del campamento de Dos Ríos.
De La Cidra se encaminó la fuerza de patriotas a San Antonio de Bajá[9], que era en verdad un lugar pésimo, sin condiciones militares de ningún género para formar campamento; a tal extremo que ni siquiera se pudo levantar una hoguera debido a que no había donde hacerla, ni tampoco madera seca por todos aquellos contornos. La malva peluda estaba tan alta y tan abundante toda vegetación, que metida dentro de ella, no era posible distinguir a cuatro pasos a un hombre a caballo.
A fin de seguir adelante y rendir la última jornada, al amanecer del día siguiente se envió la mayor parte de las fuerzas al Zarzal a proveerse de vituallas, quedando el cuartel cubierto con solo quince hombres, pues otros habían salido con dirección distinta en busca de miel y jutías.
Manuel de Quesada
Esa misma mañana una comisión mandada por un Oficial del primer batallón del Regimiento Oriente hizo su entrada al cuartel, entregándole al General la correspondencia llegada del exterior. Por cierto, entre las cartas se destacaba una por la novedad: era del exdiputado Antonio Zambrana, que le escribía a Calixto desde París, retractándose de haber tomado parte en la deposición de Manuel de Quesada[10] como General en Jefe: “yo no lo conocía entonces bien, decía, pero después que lo he tratado de cerca, he llegado al convencimiento de que era el de más importancia entre nuestros Jefes”. Como uno de los ayudantes del General García lo era el pundonoroso Comandante José Ignacio Quesada, hermano de Manuel, al oír terminar la lectura de la carta de Zambrana no pudo menos  que exclamar: “Que pronto ha olvidado el Licenciado Zambrana lo que hizo y dijo como miembro de la Cámara en el Horcón de Najasa y en Palo Quemado, cuando secundando a Moralito, otro imberbe como él, arrojaban en la Revolución, por primera vez, la manzana terrible de la discordia política”.

El enemigo.
Mientras el General y su Estado Mayor comentaban las noticias del extranjero, la guerrilla de Veguita, (con guerrilleros también de Barrancas), integrada en más de un ochenta por ciento de nativos, pero criollos no de otra parte, sino de allí mismo, nacidos y criados en aquellos matorrales que conocían a maravilla desde sus más tiernos años, llegaba al sitio donde habían sido destrozados hilos y postes telegráficos en el camino real y tomaba el rastro que hubo de conducirla hasta el buscado campamento cubano en el camino de la Sierra.

4 de septiembre de 1874
Serían las doce del día y llovía a cántaros, sucediéndose asombrosamente los truenos y relámpagos, cuando se escuchan denotaciones de fuego por el lado de la avanzada del rastro, que la mandaba el sargento Villareal.
El centinela cubano al dar el "¡quién va!", que no contestaron los realistas, y comprender que era enemiga la tropa que a su vista se agazapaba, le hizo fuego. Los españoles respondieron con fogonazos también, pero no avanzaron, sino que se prepararon para maniobrar en dos flancos, llevando algunos números por el centro. El centinela mambí, subido a un árbol, dominaba parte de la maniobra enemiga.
Jesús Sablón Moreno, conocido por todos los cubanos como “Rabí”
Minutos después el Sargento Villareal se hallaba al lado del General García comunicándole lo ocurrido. Aceleradamente el Comandante Jesús Rabí marchó con los soldados que había en el cuartel a interponerse entre el campamento y la guardia del rastro.
Dispuso también el Mayor General García que se ayudante Agustín Camejo saliese por la parte opuesta llevando la impedimenta a un lugar convenido, camino de la Sierra. (La casi totalidad de la fuerza cubana, como ya sabemos, se hallaba en busca de provisiones de boca).
Se le presenta entonces al General, con las botas, para ponérselas, su asistente Pancho, pero no las quiso el Jefe y le dijo: “guárdalas y vete con los números de caballería  que van para la sabana”.
Los españoles permanecieron como treinta minutos sin disparar un tiro, maniobrando dentro del radio del cuartel cubano sin ser vistos ya, pues la malva peluda por una parte, y la lluvia por la otra, les favorecían grandemente en sus movimientos.
Contaba el Comandante Juan Miguel Ferrer que en aquellos instantes psicológicos se acercó al General el Dr. Félix Figueredo, Jefe de Sanidad, diciéndole íntimamente: “Mira, Calixto, que por lo que se advierte, el enemigo que tenemos encima es numeroso y nos van a llegar, al mismo tiempo, el centro y los flancos, con el propósito de envolvernos, y no tienes en el campamento medio de contenerlo, puesto que no cuentas ni con media docena de números para cubrir los flancos. En mi opinión sería mejor que nos fuéramos a la sabana, aun suponiendo que por allá encontremos mayor peligro, con tal de verte salir de este lugar fangoso”.
El General contestó que él no pensaba pelear porque no tenía fuerzas en ese momento, “pero solo aguardo para retirarme, que Jesús[11] le entable aquí la pelea por algún tiempo. Aunque me vea obligado a retirarme de un campamento debido a la superioridad numérica del enemigo, yo le he demostrado siempre a los españoles el valor y la fuerza moral que tienen los soldados cubanos”.
Había salido el General de su pabellón y en sus puestos se encontraban sus ayudantes José Ignacio Quesada, José Sauvanel, Joaquincito Castellano Tamayo y Esteban García: también estaba el Capitán Joaquín Planas y el práctico, Teniente Guerra, que se encargaba de contestar las preguntas de Calixto. Estaban más allá los asistentes del General, Candelario y Guadalupe.
El Jefe de Sanidad, acaso con el plausible propósito de prestar a tiempo auxilios médicos, partió a toda prisa hacia la sabana, uniéndose a la impedimenta, que la resguardaban los números de caballería que mandaba el Comandante Ferrer.
En aquellos momentos de fija atención se escucha como a no lejana distancia un sordo murmullo por el flanco izquierdo del pabellón del General; y en isócrono movimiento se refleja la alegría producida en el rostro de los presentes cuando se oye la voz potente de Calixto que decía con alborozo: ¡VIVA CUBA! ¡AHORA ESTO CAMBIO DE ASPECTO! ¡Ahí está ya la gente del Zarzal!
Por su orden partió a toda prisa el Teniente Guerra que llevaba un número para darles el alto a los que avanzaban y… casi que allí mismo se vio sorprendido por el enemigo que le hizo unos cuantos disparos: él les contestó el fuego y se replegó a ocupar su puesto.
El comandante Rabí al oír las descargas de fusilería en dirección a donde se hallaba el General García, corre a auxiliarlo con su piquete y a corta distancia es interceptado su paso por las descargas cerradas de los guerrilleros que avanzan por el frente en crecido número.
Mientras tanto, cerca del General fue herido gravemente en las dos piernas el Capitán Planas, a quien auxilió inmediatamente el Capitán Esteban García, que lo llevó a poner fuera del radio de los tiros por la parte sur del campamento.
El más joven de los ayudantes de Calixto García, Joaquincito Castellanos, vástago de una distinguida familia de Bayamo, cayó muerto como todo un valiente a los pies de su Jefe, disputándole el terreno palmo a palmo a los enemigos de su patria; había descargado por segunda vez su revólver hacia aquel torbellino de guerrilleros, que era lo mismo que decir gente cruel y mercenaria; gente víctima del uso y abuso de bebidas alcohólicas.
Mira el General a su alrededor y ya no ve más que a Quesada, a Candelario y a Guadalupe; los patriotas no podían contestar el fuego porque ya no tenían municiones; no quedaba más bala en la facción cubana que la última que se había reservado el ilustre caudillo oriental para quitarse la vida, caso de verse en el duro trance de tener que caer en poder de sus enemigos.
Al notar los guerrilleros que ya eran inofensivos los patriotas, puesto que no contestaban el ataque, se enciman a ellos, machete en mano y en forma de irrupción vandálica, pudiendo entonces escapar por los fangueros de dentro del monte, milagrosamente, los asistentes.
En medio de aquella confusión de vocinglería desaforada dando vivas a España dentro de la selva criolla (¡qué paradoja!), se escucha primero un estentóreo ¡VIVA CUBA! y seguidamente una detonación de arma de fuego que retumba en el seno de la montaña con eco atronador…
Era el Mayor General Calixto García Iñiguez que se elevaba a más allá del pináculo de la gloria para registrar su nombre en la consagración de los inmortales. ¡Se había agujereado el cráneo a fin de no caer en manos de los enemigos de la libertad de su patria!
Eternamente quedó en su frente la marca del lugar por donde le salió la bala
Dirección seguida por la bala
Añadir leyenda

¡Ni aquel sublime momento de heroísmo detuvo a los cipayos, que en el acto se atropellaban para registrarle los bolsillos…!
En cualquiera otra parte del mundo civilizado los hombres se habrían cuadrado y descubierto ante tamaña heroicidad para reverenciar y glorificar al héroe.

-Se  ha suicidado, decían. Que tiro más fenomenal. La bala le ha entrado por debajo de la barba y le ha salido por el medio de la frente. El revólver es Smith 44 y tiene su cámara descargada.
-Oiga usted, prisionero, ¿quién era este?, interroga un oficial español señalando a Calixto García y dirigiéndose a José Ignacio Quesada, que lo tenían apresado varios guerrilleros.

Aquel digno patriota, hijo de Camagüey, da gallardamente dos pasos al frente, hacia donde yacía tirado, enlodado su jefe, al parecer muerto; se cuadra ante él y con la diestra en saludo, contesta al militar que le pregunta:

-Ese es el cadáver del que ha sido hasta hace pocos momentos el Mayor General Calixto García Iñiguez, Jefe del Departamento Militar de Oriente; y de quien el que habla ha tenido el honor de ser uno de sus ayudantes.
-Está bien, amarren a éste, porque lo que es este otro ya no se puede escapar.

Así habló el Capitán Ariza, íntimo de Lolo Benítez en sus infernales correrías por Guisa, Bayamo y Jiguaní, las cuales, seguros estamos, que jamás habrán de relatarse con sus pelos y señales debido a que tampoco se verán publicados en letras de molde. 



Y mientras el General era trasladado como un cadáver al pueblo de Veguitas, donde recobró el conocimiento, el Comandante Rabí, que había recogido los disgregados, momentos después del minuto fatal, buscaba a su jefe superior incesantemente por la espesura de la montaña, siempre diciendo: “yo no puedo creer de ningún modo que el General haya sido hecho prisionero”.
La impedimenta, que se hallaba a un lado de la sabana de Orozco, regresó al campamento por mandato de Rabí y junto a ella el Dr. Félix Figueredo, todos resguardados por las parejas de caballería.
Como el Comandante Ferrer le interrogara a Rabí que en qué se fundaba él para creer que el General no había sido hecho prisionero, le contestó:
-Porque yo conozco a Calixto desde muchacho y estoy convencido de que se mata el mismo y no se deja coger prisionero.



Entre los que rodeaban a Rabí en aquellos instantes se encontraban los tres asistentes del General. Pancho, que era el de toda su confianza[12], al escuchar la contestación de Rabí dijo sollozando.
-Ah, entonces el tiro de que me hablaron Candelario y Guadalupe, que había sonado de último, era el del General mientras se mataba.
Llegó el día siguiente, y en presencia de todos se le dio honrosa sepultura en los montes de San Antonio al joven Teniente Joaquincito Castellanos, quien contaba con veinte años de edad. En su cuerpo se le veía un balazo, cuatro machetazos y varias contusiones como de culatazos.
Todavía se hicieron varias pesquisas más por entre los montes y sabanas limítrofes, a ver si encontraban al General y al Comandante Quesada, que eran los únicos que faltaban.
A todo esto la fuerza que había ido al Zarzal a proveerse de viandas, mandada por el Capitán Francisco Blanco (Bellito), y llevando también al Teniente Santiago Dellundé, mientras estaban en los boniatales en la operación de la resaca, fueron atacados ese mismo día cuatro de septiembre por los guerrilleros de Jibacoa, que también eran cubanos en su mayor número. Pero la defensa de aquel puñado de valientes resultó heroica, quedando en la sorpresa, muertos, dos de los muchachos cubanos y diez de los guerrilleros, mientras los otros huyeron del lugar en precipitada fuga.
La crecida del río San Antonio fue el motivo principal de que Bellito no pudiera reunirse con Rabí hasta el día seis. Para entonces ya estaban todos convencidos del desastre, por lo que partieron con el alma destrozada, rumbo a Santiago de Cuba, por entre la Sierra Maestra.
Dicen que en el momento de marcharse de Bajá reinó en ellos un silencio de catacumbas.



[1] Se refiere a la caída en combate del ex presidente de la República y Padre de la Patria

[2] Covachuela, diminutivo despectivo de cueva. Es la denominación que se da a las habitaciones situadas en la planta del sótano, especialmente el ocupado por una tienda o un despacho. Su uso, que enseguida se convirtió en peyorativo, se remonta a la España del siglo XVII, donde la Secretaría del Despacho tenía esa ubicación en el Alcázar de Madrid. Por extensión el término se usó para referirse a cualquier puesto burocrático o a una oficina, donde trabajaban los covachuelistas.

[3] Esteban de Varona prestaba a la Revolución buenos servicios desde Manzanillo; uno de ellos era el de la correspondencia con el exterior. Su nombramiento de Agente Especial de la Revolución Cubana fue dado por Carlos Manuel de Céspedes.

[4] Se refiere a los servidores del Ejército Real de España.

[5] Aznar era un militar español que demostró en varias ocasiones tener nobles sentimientos; cosa rara en aquella época entre los representantes de la monarquía. Entonces Aznar no solo le salvó la vida a Esteban de Varona, sino que acogió y adoptó como hija a una niña de tres años que iba con su padre, (Esteban de Varona), cerca de Lajas, Oriente. (Aznar marchaba en esa columna). Asimismo Aznar fue el que desde Guáimaro salió a hacerle proposiciones de presentación a José Caridad Vargas, jefe del Batallón de Cabaniguán, por cuyo motivo fueron fusilados Vargas y el joven Fabré, de Bayamo.  

[6] Barreto Pérez, José Miguel (1830-1900) Mayor General. Nació en Aragua de
Maturín, estado de Monagas, Venezuela, en 1830. Prestó servicios en el ejército de su país en el que alcanzó el grado de General de Brigada. Posteriormente viajó a Cuba como jefe de la expedición del segundo viaje del vapor Virginius, que desembarcó el 6.7.1873 por la ensenada de La Mora, cerca de Pilón, en la costa sur de Oriente. Quince días después recibió el grado de Mayor General y el 5.8.1873 fue nombrado Secretario de la Guerra del gobierno del presidente Carlos Manuel de Céspedes. Cuando éste fue depuesto, el 27.10.1873, Barreto fue trasladado al cargo de segundo jefe del Departamento Provisional del Cauto, bajo las órdenes del Mayor General Vicente García. En el mismo Departamento, Barreto también ocupó la jefatura de la División que abarcaba los distritos de Las Tunas, Bayamo y Jiguaní. En septiembre de 1874, (a menos de un mes de los sucesos que casi le cuestan la vida a Calixto García), el presidente Salvador Cisneros dispuso que el venezolano pasara a la provincia de Camagüey bajo las órdenes del Mayor General Máximo Gómez, pero éste se mantuvo en Las Tunas y en los territorios de Bayamo y Manzanillo. Junto al General de Brigada Miguel Bravo Sentíes, Barreto redactó en 20.4.1875, el manifiesto que seis días más tarde fue proclamado en Laguna de Varona, siendo uno de los principales instigadores de esa sedición. Junto con el entonces Teniente Coronel Modesto Fonseca, lideró la sedición de Santa Rita, en 11.5.1877. El 25.10.1877 fue hecho prisionero por los españoles en Las Pelonas, Las Tunas, y encerrado en el fuerte La Loma, en Puerto Padre. El 29.12.1877 se le celebró consejo de guerra en Holguín, en el cual resultó condenado a muerte; pero la pena le fue conmutada por el Capitán General español Arsenio Martínez Campos, quien ya se encontraba en sus manejos para lograr la capitulación de los cubanos. Barreto fue liberado después de concertado el Pacto del Zanjón (10.2.1878). Falleció en su pueblo natal, el 14.10.1900. Otras fuentes señalan que murió en Caracas.

[7] Céspedes Yero, Ismael (?) Coronel. Conspiró en la región de Guantánamo, donde se alzó para participar en la Guerra del 68. Se integró al Estado Mayor de la División (Santiago de) Cuba, bajo las órdenes del Mayor General Donato Mármol. Combatió en El Palmar y Sabana Abajo, entre otros. Fue jefe de despacho del Cuartel General del Brigadier Antonio Maceo y jefe de Estado Mayor del Mayor General Calixto García. Se destacó en el combate de Santa María de Ocujal (Copo del Chato), el 26.9.1873, y el 25.8.1873 recibió el ascenso a Coronel. Se sumó a la sedición de Lagunas de Varona (26.4.1875). Participó en el ataque a Sabanilla, en Baracoa, el 23.12.1876. En marzo de 1877 era jefe de una de las brigadas subordinadas a la División Cuba. Rechazó el Pacto del Zanjón (10.2.1878). El 5.10.1879 fue detenido en Manzanillo por estar implicado con el desarrollo de la Guerra Chiquita, y lo trasladaron al Morro de Santiago de Cuba, donde permaneció 16 días. Después fue enviado prisionero al castillo de San Cristóbal, en San Juan, Puerto Rico, y remitido a Cádiz, España. Posteriormente estuvo en las prisiones  de Melilla, Ceuta y Chafarinas.

[8] Nogueras, Emilio (¿-1876) Coronel. Nació en Bayamo, Oriente. Combatiente de la Guerra del 68. Perteneció a la División [Santiago de] Cuba, en la cual estuvo bajo el mando de los mayores generales Donato Mármol, Máximo Gómez, Calixto García y Antonio Maceo, sucesivamente. Participó en el combate de El Yanal, el 5.7.1872. El 1.6.1873 combatió en la Sabana de la Pihuela, Manzanillo, y del 4 al 6 de ese mes lo hizo en El Zarzal. Tres semanas más tarde, el 27, fue ascendido a Coronel. Tuvo participación en el ataque a Manzanillo del 10.11.1873. En ese año también operó en la región de Bayamo, bajo las órdenes del Coronel Leonardo Mármol. A fines de 1874 ocupó la jefatura de la Brigada de Santiago de Cuba. Cumpliendo misiones en la región de Holguín, en junio de 1875, atacó el campamento español de La Demajagua. El 6.9.1875 se destacó en el asalto a un tren español, entre Guantánamo y Caimanera, bajo las órdenes de Maceo, y ocho días más tarde combatió en la trocha militar del Cauto. A fines de ese año fue trasladado a la jefatura de la Brigada de Guantánamo. En enero de 1876 atacó el
caserío de Jesús María y acompañó a Antonio Maceo en el ataque a Fray Benito, el 11, así como en el combate de Yabazón Abajo, el 25. Este mismo día volvió a combatir en Corralito. El 23.12.1876 resultó gravemente herido durante el asalto a un fortín en Sabanilla, Baracoa, de cuyas consecuencias murió al siguiente día. (Aunque de estatura mediana, era un hércules por su musculatura. Los ojos azules. Parecía un noruego, por más que nadie le superaba en alma cubana).

[9] Se llama así, de Bajá, precisamente porque allí está muy baja la tierra, y en primavera casi todo estaba cubierto de agua.

[10] Quesada Loynaz, Manuel de (1833-1884) Mayor General. Nació en
Puerto Príncipe, Camagüey, el 29.3.1830. Cuñado de Carlos Manuel de
Céspedes. Fue miembro de la organización secreta independentista Sociedad Libertadora de Puerto Príncipe. En julio de 1851 se dispuso a secundar el alzamiento de Joaquín Agüero pero desistió al conocer que éste había caído prisionero de los españoles. Posteriormente se vio obligado a vivir semioculto hasta que abandonó la Isla en una goleta, el 31.7.1855. Desde Nueva York se trasladó a México en cuyo ejército ingresó con grado de alférez. En la llamada Guerra de Reforma (1857-1861), alcanzó el de Coronel combatiendo al lado de los liberales. Dirigió el primer combate contra los invasores franceses en La Rinconada, al desembarcar estos en Veracruz, en 1862. Organizó el cuerpo de caballería Lanceros de Quesada, con el cual libró en poco tiempo múltiples combates y se destacó en la defensa de Puebla. Ocupó varios cargos importantes, entre ellos el de gobernador militar del estado de Durango, con grado de General División. Concluida la guerra contra la ocupación francesa, en junio de 1867, marchó hacia Nueva York con el propósito de trabajar en interés de la independencia de Cuba. El 1.9.1868 llegó a Nuevitas, desde Nassau, con el objetivo de conocer si estaban creadas las condiciones para un alzamiento. Logró entrevistarse con Napoleón Arango, uno de los principales conspiradores de Camagüey, quien lo desinformó. Regresó a Nueva York, donde le sorprendió el alzamiento de los orientales. De inmediato se dio a la tarea de organizar una expedición en la goleta Galvanic, con la cual desembarcó al frente de unos 60 hombres por el estero Piloto, en la costa norte de Camagüey, el 27.12.1868, siendo ésta la primera expedición de las guerras independentistas. Cuatro días después el Comité Revolucionario del Centro lo designó General en Jefe de las fuerzas camagüeyanas. Planeó el ataque a una gruesa columna española que, bajo el mando del brigadier Lezca, había desembarcado por la playa Guanaja, en la costa norte de Camagüey, el 18.2.1869. El 23 los camagüeyanos le ocasionaron grandes pérdidas en el paso de la sierra de Cubitas; pero no impidieron que llegara a Puerto Príncipe, como era su propósito. Quesada no participó
personalmente en esta acción por encontrarse enfermo. Asistió a la Asamblea Constituyente de Guáimaro, aunque no en calidad de representante. Allí fue nombrado General en Jefe del Ejército Libertador (11.4.1869). En ese cargo demostró su capacidad organizativa en la reestructuración de las tropas, el establecimiento de fábricas de pólvora y talleres de talabartería, el fomento de zonas de cultivo y salinas, y la creación de un sistema para el aseguramiento logístico. El 13.6.1869 atacó el fuerte de La Llanada, cerca de Puerto Príncipe, y poco después derrotó a la guarnición de Sabana Nueva. Para el ataque a Las Tunas, el 16.8.1869, concentró gran número de fuerzas e invitó al gobierno y a los miembros de la Cámara de Representantes. El fracaso de esta acción hizo decrecer su prestigio como jefe, fundamentalmente entre los representantes. Quesada planteó que el desempeño de sus funciones se veía constantemente limitada por la intervención de los poderes civiles, lo que creó un estado de tirantez entre él y los miembros de la Cámara, agudizado durante el segundo semestre de 1869. El 15.12.1869 concentró a gran cantidad de jefes en Horcón de Najasa para una reunión a la que también invitó a los representantes. Ese día en acertada arenga, solicitó mayor independencia para los mandos militares, lo cual recibió el beneplácito de los jefes. Pero al siguiente día, en una segunda reunión, demandó la centralización del mando militar, considerado por muchos como un intento de implantar una dictadura militar. Un día después, 17 de diciembre, se vio precisado a renunciar pero ya la Cámara había acordado su destitución, el 3.1.1870, el presidente Carlos Manuel de Céspedes lo nombró agente especial del gobierno cubano en el extranjero, con la misión de adquirir recursos para la guerra. El 28 de ese mes salió hacia Nueva York. Fomentó la organización de varias expediciones, como la de la goleta J. Adams, desembarcada el 17.1.1871, y las del vapor Virginius, el cual adquirió, y que en su tercer y último viaje, el 31.10.1873, fueron capturados todos los expedicionarios. En este hecho fue fusilado su hijo Herminio. El despliegue de su actividad contrastó con la pasividad mostrada por Miguel Aldama, agente general de Cuba. Los seguidores de éste acusaban a Quesada de mantener una actitud insolente y llevar un tren de vida fastuoso. Esto originó que gran parte de la emigración cubana se dividiera en dos bandos: aldamistas y quesadistas. En 1872 Céspedes suprimió la Agencia General en Nueva York y nombró a Quesada agente confidencial. Después de la deposición de Céspedes (27.10.1873), el gobierno de Salvador Cisneros lo destituyó. No obstante, continuó viajando por varios países con iguales fines. Al firmarse el Pacto del Zanjón (10.2.1878), se radicó en Costa Rica, donde ocupó el cargo de superintendente de los ferrocarriles. Su trabajo influyó notablemente en la construcción de la importante vía férrea entre San José y el océano Pacífico, obra vital para la economía de ese país. Murió de pulmonía, en San José de Costa Rica el 30.1.1884.

[11] Sablón Moreno, Jesús (Rabí) (1845-1915) Mayor general. Nació en Jiguaní, Oriente, el 24.6.1845. Fue más conocido como Rabí, sobrenombre con que se identificaba su padre. Combatiente de las tres guerras. En la del 68 se alzó el
13 de octubre de ese año, en Santa Rita, uniéndose a las fuerzas de Donato Mármol. Dos días después participó en el ataque a Jiguaní y el 26 tomó parte en la carga al machete de Venta del Pino (Pinos de Baire), bajo el mando del Mayor General Máximo Gómez. Combatió bajo las órdenes de Calixto García, Luis Figueredo y Antonio Maceo. Estuvo al mando de la escolta del presidente Carlos Manuel de Céspedes, con grado de Capitán. Resultó herido en el combate de Rejondón de Báguano, el 26.6.1872. El 5.1.1874 fue ascendido a Comandante y nombrado jefe del 1er Batallón del Regimiento Jiguaní. El 6.9.1874 se encontraba junto con Calixto en la acción de San Antonio de Bajá; pero no pudo impedir que éste cayera en manos de los españoles. Aunque brindó su apoyo a la sedición de Lagunas de Varona (26.4.1875), cinco días después se lo retiró. Participó en la Protesta de Baraguá. En ese lugar, el 17.3.1878 el gobierno provisional del Mayor General Titá Calvar lo ascendió a Teniente Coronel y lo destinó a la región de Jiguaní. Capituló el 14.6.1878. Para participar en la Guerra Chiquita se alzó el 5.10.1879, en Jiguaní. En 1890 participó en la conspiración conocida como La Paz del Manganeso. En la contienda del 95 se alzó el 24 de febrero de ese año, en Las Yeguas, cerca de Jiguaní. Dos días después, por aclamación de las tropas, tomó el mando de las fuerzas sublevadas en Baire y Jiguaní. Se plantea que en los primeros días aceptó aparentar una tendencia autonomista con el objetivo de ganar tiempo para organizar las tropas. A mediados de abril de 1895 se subordinó al Mayor General Antonio Maceo. El 7.3.1895 libró la acción de Los Negros y el 13.5.1895 participó en el combate de Jobito. Once días después fue ascendido a General de Brigada. Tuvo participación en el combate de Peralejo (13.7.1895) y dirigió las acciones de El Cacao (10.8.1895), donde un proyectil le atravesó el omóplato, y Palo Picado (31.10.1895). El 2.10.1895 asumió interinamente la jefatura del 2 Cuerpo, aunque el verdadero mando lo continuó ejerciendo el Mayor General Bartolomé Masó hasta el 1.12.1895. El 7.5.1896 fue ratificado en ese cargo. Intervino en los combates de Loma del Hierro (21.8.1896), Guáimaro (17 al 18.10.1896), La Marina (4.10.1896) y Lugones (4.11.1896). El 16.12.1896, el Consejo de Gobierno lo ascendió a mayor general, con antigüedad del 21.8.1896. En 1897 combatió en Jiguaní (12.3.1897) y Baire (22.3.1897) y participó en la toma de Las Tunas (28 al 30.8.1897) y de Guisa (28.11.1897), entre otras acciones. El 28.4.1898 estuvo, junto con Calixto, en la toma de Bayamo. Fue designado segundo jefe de la agrupación de tropas creada para librar la Campaña de Santiago de Cuba, bajo las órdenes de Calixto. El 25.6.1898 embarcó con su EM por Aserradero para desembarcar, al día siguiente, por la playa de Siboney. Estuvo en el ataque a El Caney y en el combate de la Loma de San Juan. Concluida la guerra se negó a ocupar cargos públicos durante la ocupación militar norteamericana. Durante la República se desempeñó como inspector de Montes y Minas. Murió en Bayamo, el 5.12.1915.


[12] El General Calixto García siempre fue muy  muy querido de sus fuerzas y muy particularmente de sus ordenanzas, al extremo que murió en Washington en los brazos de uno de ellos, Carlos Betancourt, que era en la guerra del 95 lo que fue Pancho en la guerra grande del 68: el ordenanza de su entera satisfacción.

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