lunes, 5 de noviembre de 2018

Calixto García Iñiguez - Biografía 24

Por: César Hidalgo Torres

Año 1856. El negro ayudante de Santiago, Santiago y Calixto con diecisiete años de su edad, por una calle del Bayamo. El joven mira con delectación lo que es para él un mundo nuevo.
Estatua de Francisco Vicente Aguilera en Bayamo
Se detienen frente a una tienda cerrada. Bajan de los caballos. Van a entrar, pero no lo hacen porque por la acera se aproxima Francisco Vicente Aguilera (que tiene 35 años). Santiago lo saluda con un movimiento de su sombrero y Aguilera le responde de la misma manera. Calixto, muy curioso, observa al personaje que se aleja. Mientras el tío abre la tienda y espera en la puerta; Calixto sigue mirando al personaje que se aleja. Luego entra en la tienda.
   Ese individuo, dice Calixto; parece la ilustración de un libro antiguo.
   Don Pancho Aguilera camina como si fuera un obispo y tiene tanto dinero como un rey, le informa Santiago al sobrino.
Dentro de la tienda está oscuro, pero se adivinan los anaqueles y las mercancías. El negro abre las ventanas y puertas; poco a poco se hace la luz. Santiago sirve ron en tres vasos, bebe de uno y da los otros a los otros dos hombres. Calixto no bebe sino que sostiene el vaso entre sus manos.
   Querido sobrino, verdad que es difícil saber dónde está cada una de la mercancía que vendemos, pero ese no es el conocimiento más importante que tendrás que aprender, sino qué gusta comprar cada cliente.
El alumno de tendero mira las tantas mercancías y no cree que alguna vez sepa cuál es el lugar de cada cosa.
   No pongas esa cara de no podré, sobrino. Lo aprenderás y un día, sin saber cómo, ya sabrás lo que prefiere comprar don Pancho Aguilera y también los Tamayo, los Milanés, los Figueredo, los Castillo, los Céspedes.
Una muchacha joven, linda, elegante, se detiene en la puerta. Santiago esconde el vaso con el ron que estaba tomando, se quita el sombrero y la saluda.
   ¿Busca encajes como siempre, doña Borjita?
Borjita de Céspedes y Castillo
Solícito, Santiago busca los encajes. La muchacha va hasta el mostrador. El tendero le acerca los encajes, ella escoge los que va a llevar. Mientras, Calixto mira a la compradora de reojo. La muchacha paga y se va. Desde el mostrador Santiago la mira y Calixto también.
   ¿Se vería más linda sin tantas telas tapando lo mejor de ella?
Cuando Borjita ya no está, Santiago saca el vaso de ron de donde lo había escondido. Bebe. 
   Doña Borjita de Céspedes y Castillo siempre compra encajes, no lo olvides. Tampoco olvides que no es ella de las que se desnudan delante de un hombre. Pero hay otras que sí lo hacen y las vamos a conocer.
Santiago se sirve otro trago de ron para él. Lo bebe e insiste en que Calixto haga lo mismo con el suyo. El joven lo hace; entonces Santiago coge su sombrero, Calixto el suyo, y salen a la calle.En la puerta se detienen para darle paso a Carlos Manuel de Céspedes (de 34 años). Cortés y fríamente se saludan. Céspedes sigue su camino. Santiago toma al sobrino por un brazo y lo atrae para hablarle muy bajo.
   De ese vas a oír hablar a menudo. Sus sonetos los elogian en las tertulias de La Filarmónica y como abogado gana juicios mientras los demás quedan como freidores de verdolaga. Es hermano de la compradora de encajes y lleva apellidos que son ilustres desde los tiempos de la conquista de la Isla.
   ¿Cuáles apellidos, tío?
   Céspedes y del Castillo.
   ¿Es su amigo ese señor?, pregunta el muchacho.
   No. Él y sus iguales luchan por conservar sus privilegios, aunque sea en época de arenas movedizas. Aunque… a lo mejor yo debería ser amigo de don Carlos Manuel.

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