Por: César Hidalgo Torres
Año
1856. El negro ayudante de Santiago, Santiago y Calixto con diecisiete años de
su edad, por una calle del Bayamo. El joven mira con delectación lo que es para
él un mundo nuevo.
Estatua de Francisco Vicente Aguilera en Bayamo |
Se
detienen frente a una tienda cerrada. Bajan de los caballos. Van a entrar, pero
no lo hacen porque por la acera se aproxima Francisco Vicente Aguilera (que
tiene 35 años). Santiago lo saluda con un movimiento de su sombrero y Aguilera
le responde de la misma manera. Calixto, muy curioso, observa al personaje que
se aleja. Mientras el tío abre la tienda y espera en la puerta; Calixto sigue
mirando al personaje que se aleja. Luego entra en la tienda.
— Ese individuo, dice Calixto; parece la
ilustración de un libro antiguo.
— Don Pancho Aguilera camina como si
fuera un obispo y tiene tanto dinero como un rey, le informa Santiago al
sobrino.
Dentro
de la tienda está oscuro, pero se adivinan los anaqueles y las mercancías. El
negro abre las ventanas y puertas; poco a poco se hace la luz. Santiago sirve
ron en tres vasos, bebe de uno y da los otros a los otros dos hombres. Calixto
no bebe sino que sostiene el vaso entre sus manos.
—
Querido
sobrino, verdad que es difícil saber dónde está cada una de la mercancía que
vendemos, pero ese no es el conocimiento más importante que tendrás que
aprender, sino qué gusta comprar cada cliente.
El
alumno de tendero mira las tantas mercancías y no cree que alguna vez sepa cuál
es el lugar de cada cosa.
—
No
pongas esa cara de no podré, sobrino. Lo aprenderás y un día, sin saber cómo,
ya sabrás lo que prefiere comprar don Pancho Aguilera y también los Tamayo, los
Milanés, los Figueredo, los Castillo, los Céspedes.
Una
muchacha joven, linda, elegante, se detiene en la puerta. Santiago esconde el
vaso con el ron que estaba tomando, se quita el sombrero y la saluda.
—
¿Busca
encajes como siempre, doña Borjita?
Borjita de Céspedes y Castillo |
Solícito,
Santiago busca los encajes. La muchacha va hasta el mostrador. El tendero le
acerca los encajes, ella escoge los que va a llevar. Mientras, Calixto mira a
la compradora de reojo. La muchacha paga y se va. Desde el mostrador Santiago
la mira y Calixto también.
—
¿Se
vería más linda sin tantas telas tapando lo mejor de ella?
Cuando
Borjita ya no está, Santiago saca el vaso de ron de donde lo había escondido.
Bebe.
—
Doña
Borjita de Céspedes y Castillo siempre compra encajes, no lo olvides. Tampoco
olvides que no es ella de las que se desnudan delante de un hombre. Pero hay
otras que sí lo hacen y las vamos a conocer.
Santiago
se sirve otro trago de ron para él. Lo bebe e insiste en que Calixto haga lo
mismo con el suyo. El joven lo hace; entonces Santiago coge su sombrero,
Calixto el suyo, y salen a la calle.En la puerta se detienen para darle paso a
Carlos Manuel de Céspedes (de 34 años). Cortés y fríamente se saludan. Céspedes
sigue su camino. Santiago toma al sobrino por un brazo y lo atrae para hablarle
muy bajo.
— De ese vas a oír hablar a menudo.
Sus sonetos los elogian en las tertulias de La Filarmónica y como abogado gana
juicios mientras los demás quedan como freidores de verdolaga. Es hermano de la
compradora de encajes y lleva apellidos que son ilustres desde los tiempos de
la conquista de la Isla.
— ¿Cuáles apellidos, tío?
— Céspedes y del Castillo.
— ¿Es su amigo ese señor?, pregunta el
muchacho.
— No. Él y sus iguales luchan por
conservar sus privilegios, aunque sea en época de arenas movedizas. Aunque… a
lo mejor yo debería ser amigo de don Carlos Manuel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario