martes, 30 de octubre de 2018

Calixto García Iñiguez - Biografía 09



Por: César Hidalgo Torres
Temprano en la mañana de 2 de marzo del año del señor de 1835, Doña Mercé, que así le decían a la madre de la novia, musitó por lo bajo a su hija doña Lucía Iñiguez Landín los consejos que las buenas madres de aquellos tiempos hacían a sus hijas cuando se iban a casar.

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Carlos García Vélez, hijo de Calixto dejó escrito: De mi abuela, la madre de mi padre, todos conocen su nombre, Lucía, doña Lucía Iñiguez Landín. Cía le decían todos, incluyéndonos a nosotros sus nietos y también mi padre le decía así. Por algún motivo que escapa a mi conocimiento, papá nunca le dijo Madre. De mi abuelo, el padre de mi padre, se sabe poco. Nadie conoció a mi abuelo don Ramón García, ni siquiera los que lo tuvieron a su lado…
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(El que sigue es un diálogo que pudo suceder, aunque el autor de este blog no tiene prueba ninguna de que se haya pronunciado)

LUCIA IÑIGUEZ: Padre, usted está convencido que Ramón me hará feliz pero nada hay que lo haga creer.
DON MIGUEL JOSE IÑIQUEZ: Tiempo al tiempo, para ver qué hace ese hijo de su padre.
LUCIA: Sí no le gusta él para qué me manda a que me case.
IÑIGUEZ: No es Ramón quien no me gusta sino el padre de él. Ese don Calixto con todo y su apellido tan de castellano hidalgo me parece un vulgar que explota como un volcán por cualquier asunto que lo contradiga, como si fuera un marino borracho.Usted tiene claro que si yo me entero que su suegro la maltrata, cojo un machete, le corto la lengua y se la echo a los lechones…
LUCIA: No me caso yo con mi suegro, sino con el hijo de él.
INIGUEZ: El hijo de su suegro es un satélite del viejo manco que le dio la vida. Su prometido no sabe hacer otra cosa que no sea satisfacer cada capricho del padre. ¿Usted recuerda que le conté de la vez que vi a su suegro solterón cogerle las nalgas a la criada de usted?Ni sabiendo que era su criada fue suficiente para que el vejestorio respetara a nuestra negrita…
LUCIA: Yo no quiero ofenderlo, padre, pero me gustaría saber algo muy delicado que lo pregunto porque quiero mucho a madre…
INIGUEZ: Ante que siga hablando recuerde que a una palabra acabada de decir no se le puede dar atrás, como tampoco a una bala acabada de disparar.
LUCIA: Aunque no pueda borrar los efectos de las palabras que voy a decir, yo quiero saber. ¿Usted está dolido porque después de mi casorio me marcharé de esta casa, o porque conmigo se irá mi criada Ignacia?
INIGUEZ: ¿Dónde está esa negra con lengua de serpiente? (LLAMA) Ignacia, ven aquí urgente negra…
En los ojos de don Miguel explotan centellas.
INIGUEZ: Ignacia, que te estoy llamando.
(Apuradita y temblando de miedo llega la negrita esclava).
IGNACIA: Diga su mercé, mi amo don Migué.
INIGUEZ: ¿Qué alacranes trajiste a vivir en el cerebro de mi hija, perra lengüilarga?
IGNACIA: Yo no he dicho ná. ¿Verdad Cía que yo no te he dicho ná?
LUCIA: Padre, míreme a los ojos… Por favor padre. Si lo que Ignacia tiene para decir nada más lo supiera ella, la tragedia fuera menor; pero lo saben todos los vecinos del pueblo, incluyendo a mi madre, que siempre ha estado a su servicio y al de la familia, y que usted no respeta como el marido de ella que es.
IGNACIA: Yo le juro mi amo que nunca he dicho que usted me obliga a hacer cochiná en la mismísima cama de mi ama dona Mercé cuando ella, piadosa como es, está rezándole a la virgencita y al niño que nació de su vientre.
LUCIA: Basta, Ignacia.
INIGUEZ: Yo lo que te voy a marcar el cuero en esa cara prieta, negra.
IGNACIA: Por favó mi amo don Migué, no me vaya a pegar hoy que es el casorio de su hija, mi amita la niña Cía que mire usté mi amo, mire que linda y pura se ve así vestidita toda de blanco. Hay niña parece usté una virgen.
INIGUEZ: Acaba de arreglar a tu ama y déjate de ahogarte con esa palabrería, negra. Yo voy a ver si el haragán del negro que está encargado ya tiene lista la berlina en que vamos a ir a la iglesia.
Se va don Miguel José. Una lágrima comienza a brotar de los ojos de Lucía.
IGNACIA: No, mi amita, no se me ponga a llorá que se le corren los polvos que tiene en la cara.
LUCIA: Hablas más de la cuenta, Ignacia. Cualquier día le dices a mi padre que lo único que me hace feliz de mi casorio es que me iré lejos, avergonzada de él como estoy.
IGNACIA: Hay niña doñita Lucía, pero no exagere, que lo que hace mi amo conmigo lo hacen todos los señores del pueblo. ¿O de ‘onde’ usté cree que salen los tantos mulaticos que mataperrean por San Isidoro de Holguín? Yo sé que usté es una señorita que pasa mucho tiempo rezando, pero ya tiene que imaginarse cómo se hacen los vejigos, y no nace un niño color tabaco de una negra y un negro bien prietos.
LUCIA: A veces quisiera ahorcar a mi padre con mis propias manos a pesar de que es el único hombre del mundo al que quiero.
IGNACIA: Pero ahora va a tener que dividir ese amó y darle un poco al que va a ser su marío. Mire que el amito don Ramó es bonito… aunque más callao que la estampita de un santo.
LUCIA: Contigo tengo quien hable hasta por los codos, Ignacia. Y sí, ojalá que un día me nazca algún cariño por Ramón… ya veremos.
IGNACIA: No la entiendo yo, mi amita, niña doñita Lucía. Usted no ‘e esclava como yo, que estoy obligada a abrirle las piernas al amo o a quien él quiera. Usté se casa con el amito don Ramó si quiere y si no quiere ahora mismo se quita el traje y no vamopa Gibara, a ver como al amanecer el sol nace de adentro del mar. Pero si me da permiso le aconsejo que se case, que don Ramóes tan bonito.
LUCIA: La bonitura se le va a quitar cuando pasen los años.
IGNACIA: Pero cada año dura un año, o sease, que va a ser bonito por un tiempito.
LUCIA: Si por mi hubiera sido, habría esperado un poco más…
IGNACIA: Eso no se lo aconsejo. ¿Y si le pasa como a la mayor de las Aguilera, que fue novia del novio diez años? Cuando más embullaíta estaba la pobrecita, el novio se le murió y ahora ella anda cerraíta de negro y es viuda sin casarse y sin saber cómo era el hombre de noche en el cuarto.
LUCIA: A las noches en el cuarto es a lo que más le temo.
IGNACIA: Cómo le va a tener miedo a eso que es lo único bueno. Miedo hay que tenerle al día, que hay que trabajar y atender al marío.
LUCIA: ¿Ya pensaste que cuando yo tenga hijos tú vas a tener más ocupaciones? Y que ya no vamos a tener tiempo de ir a mirar cómo amanece en el mar.
IGNACIA: ¿Es bonito el Jiguaní ese a’onde nos vamos a ir a vivir?
LUCIA: Voy a necesitar a mi santa madre y a mi padre.
IGNACIA: ¡Que no es un santo…!
LUCIA: Pero será bueno estar lejos y no enterarme cuando a papá lo procesan por su estafas.
IGNACIA: Hay niña, malo sería que don Migué no tuviera dinero pa pagarle a los jueces. Pero tiene y nunca lo ponen preso ni va a suceder.
LUCIA: No quiero que en la iglesia las comadres me miren con esos ojos que me dicen que hasta la ropa que llevo puesta se pagó con el dinero de los negocios sucios de mi padre…
IGNACIA: Invidiosas que son porque no tienen de´onde robar.

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Yo, el Presbítero D. Manuel Calderín, Cura de esta Iglesia Mayor, habiéndosele dispensado las tres proclamas dispuestas por el Santo Concilio General de Trento por su Excia. Ilma. y constándome el consentimiento de las partes y allanadas las licencias necesarias, confesados y comulgados, en presencia de testigos que fueron D. Francisco Arias y D. José Sánchez, casé y velé in facie recae a Ramón[1], hijo legítimo de Calixto García, natural de Soria en Castilla la Vieja y de Dñ. María de los Ángeles González, natural de Valencia [Venezuela]; con Lucía Iñiguez Landín de ésta naturaleza, sirvió como padrino el Sr. Teniente Gobernador D. Francisco Urribarri y Dñ. Engracia Rosario Ceneva.


Y para que conste lo firmo.
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La novia, dicen, no sonrió ni una sola vez durante la ceremonia. A Ramón, se le veía nervioso, pero decidido. Como se verá en párrafos siguientes, ella nunca lo amó a él y es prueba que en tiempos en que era impío hacerlo, la doña se separó del esposo.En el último de sus testamentos, dictado cuando era mujer muy mayor, se confirma lo de la separación y, dijo ella, que las causas de que estuviera separada del esposo era un asunto íntimo del que nunca iba a hablar.

Y no lo hizo. Y tampoco de la causa por la que nada más aportó al matrimonio sus ropas de uso y ninguna otra dote a pesar de que sus padres tenían muchos bienes; a diferencia de don Ramón quien sí hizo aportes significativos: tres mil quinientos pesos en efectivo.

¿Fue intencional la actitud de ella y de sus padres? Parece que sí. Es como si don Miguel José dijera: “si el venezolano quiere casarse tendrá que aportar todos los bienes. Mi hija nada, porque todo lo de la familia Iñiguez es de los Iñiguez y no lo compartimos con nadie”.




[1] Murió en La Habana el 2 de septiembre de 1884.
 

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