Por: Dr. Félix Figueredo
Eduardo del Mármol |
El brigadier Eduardo del Mármol, era un hombre temible
por sus procedimientos poco escrupulosos. Era primo del General Donato Mármol y
hombre que ejercía en él una influencia determinativa. Era peligroso. No tenía aprecio por la vida y le
daba poco valor a ésta. Se cuenta que en
cierta ocasión estaba durmiendo una siesta bajo unos árboles y sintió un ruido que formaban algunos soldados negros
de su tropa y tomando su revólver, —era un gran tirador— lo disparó tan
certeramente a quien escandalizaba, que lo dejó muerto[1], ante
el asombro de todos y tranquilamente
reanudó su sueño, mientras los compañeros retiraban el cadáver del desdichado soldado mambí, víctima
de la irresponsabilidad de un jefe de ese carácter, a quien todos le temían por
lo sanguinario que era.
En su actuación como insurrecto cuenta en su haber,
ejecuciones de «españoles, unas justas, pero la mayoría injustas o
innecesarias.
En el Caney ordenó Eduardo del Mármol, la prisión del
cura Jerónimo Gómez, nacido en Santander, España y que actuaba de párroco de
San Juan Evangelista en Bayamo, a quien exigía una fuerte suma como rescate. El
pobre clérigo pasó unos días de suprema angustia, no podía reunir la cantidad
exigida y el tiempo pasaba y se vencía el plazo para ser pasado por las armas.
Pero en esta oportunidad llegó al Caney el Dr. Félix Figueredo, amigo del
párroco de Bayamo, «quien logró arrancarle de las garras de aquel Mármol, y
facilitarle más tarde un salvoconducto para restituirse a Bayamo»[2].
En esta etapa de la Revolución Carlos Manuel de
Céspedes estuvo un tanto desconectado con las fuerzas de Donato del Mármol. Tal
vez por la ruidosa derrota sufrida al no lograr contener los ejércitos del
Conde de Valmaseda y que precipitó el incendio de Bayamo y en definitiva la
toma de la ciudad por los españoles.
Donato Mármol |
El brigadier Eduardo del Mármol, quien siempre tenía
un cerebro para el mal, en combinación con Leopoldo Arteaga, tuvieron la
iniciativa de proclamar al General
Donato del Mármol, dictador y supremo jefe de la Revolución Cubana, desconociendo la
personalidad de Carlos Manuel de Céspedes.
De inmediato Donato del Mármol, convencido de que
podía ser el dictador, acompañado de Eduardo fueron al campamento de Figueredo
en Hicoteita. Allí los dos primos a quienes acompañaba su escolta, hicieron
salir a Figueredo solo sin sus ayudantes y tomando la palabra Eduardo del
Mármol, le dijo:
— Hemos decidido
declarar al General Donato como jefe máximo del Ejército Libertador, ya que
tanto Carlos Manuel de Céspedes como Francisco Vicente Aguilera, eran ineptos
para poder sobrellevar el peso de la guerra.
Nombrado Mármol dictador, concentraría todas las
fuerzas, y con ella iría desde Oriente hasta Las Villas y Colón, haciendo la
guerra a sangre y fuego. Figueredo oía palabra por palabra sin inmutarse y
mirando fijamente a los ojos de Eduardo del Mármol a quien consideraba capaz de
todo.
Éste continuó su información de la siguiente manera:
— Toda la
oficialidad que quedaba en la Venta con el abogado Leopoldo Arteaga y Pío
Rosado, habían convenido en declarar dictador al General Mármol; pero que
enterado éste les había pedido suspender el acto hasta conocer las opiniones
del Brigadier Figueredo y la del General Gómez, a quien irían a visitar.
Figueredo cauteloso en sus palabras de contestación le
dijo:
— Creo que no hay
inconveniente, al menos por mi parte, para que el proyecto de dictadura se lleve
a cabo. De todas maneras quiero consultar asunto de tanta trascendencia con
Máximo Gómez.
«Guardóse bien Figueredo —dice Pirala— de dar ante
Eduardo una negativa terminante a la pregunta de dictadura, porque como lo
conocía sobradamente, sabía que al rechazarla u oponerse a su realización,
había de ser llamado con cualquier pretexto, desposeído de la fuerza, y
fusilado o macheteado, que no se paraba Eduardo en los medios para alcanzar sus
fines; y tanto era así, que hacía tres días tenía en su campamento de huésped
al joven Pancho Mármol, hijo de Eduardo, que se sospechaba llevaba el cometido reservado
de preparar el terreno.
Inmediatamente después de terminada esta entrevista, Félix
Figueredo se encaminó al campamento de Máximo Gómez.
«Difícil hallaba Gómez la solución de aquel problema,
porque apoyar la dictadura de Mármol anulaba a Céspedes, contra quien se
conspiraba, por lo que excusaba tomar parte en la conjura, no obstante
presentir hasta donde era capaz de ir Eduardo del Marmol para conseguir su
propósito. Por eso le propuso Figueredo la única solución que consideraba
posible, que de plantearla aceptando la variación del Gobierno, había
forzosamente de destruir el castillito de naipes que con siniestros fines
pretendían levantar Arteaga y Mármol; y por lo pronto colocar al último debajo
del nivel de los dos interlocutores, lo cual se estimaba tanto más preciso,
cuanto que el presunto dictador, desde Sabanilla estaba supeditado a lo que al
Eduardo se le antojaba disponer. Así pactado entre Gómez y Figueredo, fueron
llamados antes de terminar la conferencia Calixto García Íñiguez, Justo del
Mármol, hermano menor de Donato, Miguel Barzaga y demás anexos al cuartel del
General Gómez, a quienes se le notificó el proyecto de dictadura, pero no lo
pactado»[3]
En el ingenio del Caney se celebró la reunión a la que
asistieron el General Mármol, su primo Eduardo, Leopoldo Arteaga y todos los
oficiales de las fuerzas de Cuba, Cobre y Jiguaní.
El General Donato del Mármol declaró:
— «Los ciudadanos
Leopoldo Arteaga, Eduardo del Mármol y Pío Rosado deseaban exponer las razones
que daban motivo para proponer una medida de trascendencia que había de
asegurar el triunfo de la Revolución y solicitaba se le escuchara atentamente.»
Acto seguido los citados individuos no propusieron
nada, sino que proclamaron a Donato del Mármol y Tamayo, dictador de la
República de Cuba, facultándole para que asumiera los poderes. Sin exponer
consideraciones algunas, ni pedir votación.
Pasado unos instantes, el Dr. Figueredo reclamó un
momento de silencio para hablar y dijo:
— Ciudadanos:
como en este recinto, por la libre voluntad de ustedes se ha proclamado
dictador al General Donato del Mármol, que estando presente acaba de aceptar,
sin más fórmula que la de proclamación y su silencio, y suponiéndolo que pueda
estar en lo posible, que ahora mismo se presenta el enemigo, que se empeña el
combate, y que por más desgracia, para todos sensible, sucumba el dictador o
quede prisionero en ese desgraciado caso, ¿quién debe reemplazarlo en el mando
mientras otra cosa se resuelva?
— ¡El General
Gómez! —contestaron todos, agregando un grito ¡Viva el General Gómez!
— Pues viva el
General Gómez —repitió Figueredo y continuó diciendo: ¿Y si por otra desgracia
también sensible sucumbiese el General Gómez?
— Usted, General
Figueredo, —respondió con marcada prontitud Eduardo del Mármol, oyéndose
después dar algunas vivas pero con poco entusiasmo.
— Acepto,
ciudadanos —dijo Figueredo, sin más preguntas; porque así dejaba a Eduardo
colocado en último término, para que empezase a perder la preponderancia que
pretendía hallar en la dictadura.
Comenzó el General Donato del Mármol sus actuaciones
con toda libertad prescindiendo de Céspedes y su gobierno, disponiendo el
incendio de varios ingenios, entre ellos acordando un plan de ataque general,
cuando llegó la noticia de que Carlos Manuel de Céspedes, acompañado de
Francisco Vicente Aguilera y Luis Marcano, se dirigían a Tacajó con fuerzas a su
mando.
Propone Eduardo a su primo, el dictador «lo que la
prudencia no permite relatar»; pero Figueredo poniéndose de acuerdo con Gómez,
hace que el General Mármol no siguiera el consejo.
Leer además: EDUARDO MÁRMOL, ¿TRAIDOR O PATRIOTA?
En Tacajó se celebró la entrevista entre Céspedes y
Aguilera con Donato del Mármol. Todo quedó arreglado en esta conferencia, a la
que sólo asistieron estos tres jefes de la Revolución. Terminada la misma se
acordó celebrar una reunión general, a la que concurrieron además de Céspedes,
Donato del Mármol y Aguilera, Máximo Gómez, Félix Figueredo, Luis Marcano, Pío
Rosado, Eduardo del Mármol, Napoleón Arango, Leopoldo Arteaga, los hermanos
Bello, Manuel de Jesús Peña, José Ramón Villasana y otros muchos.
El primero en hablar fue Céspedes, quien preguntó cuál
era el motivo del descontento existente y Donato del Mármol comisionó al Dr.
Figueredo para que los expusiera, quien con toda serenidad dijo:
— Que lo sucedido
obedecía a dos causas: a las faltas de noticias del Gobierno, que era necesario
unificar el mando en la Revolución para conseguir el triunfo y el disgusto que
había producido entre los revolucionarios el título de Capitán General adoptado
por Céspedes y para allanar dificultades proponía: anular la dictadura de Mármol
como la Capitanía General que tomara Céspedes después del alzamiento.
La última propuesta del Dr. Figueredo fue aceptada por
unanimidad y reinó de nuevo la concordia entre todos los libertadores.
«A merced —dice Vidal Morales— el tacto político
desplegado por el Dr. Félix Figueredo en la Junta de Tacajó convocada por
Carlos Manuel de Céspedes, no tardó en despojarse de esa investidura, abdicando
al mismo tiempo este último de sus facultades de Capitán General»
Después se celebró una entrevista privada entre
Céspedes, Donato del Mármol y Figueredo, y éste último consiguió que el General
Donato dejara a las órdenes de Carlos Manuel de Céspedes, a su primo el
Brigadier Eduardo y a Leopoldo Arteaga, para evitar otro conflicto.
Céspedes aquella misma noche nombró al Dr. Félix
Figueredo Comandante General de la jurisdicción de Cuba, cargo que no aceptó
éste por no separarse de sus fuerzas.
Tenían razón Máximo Gómez y Félix Figueredo al
oponerse a los intentos de dictadura de Donato del Mármol, quien actuó no por
su deseo de poder, sino por el espíritu personalista que imperaba en muchos
jefes de la Guerra de los Diez Años y por la influencia determinativa de su
primo hermano Eduardo del Mármol. Donato no era anticespedista, por el
contrario, tres meses después en carta escrita declaraba: «Carlos Manuel de
Céspedes es para mí la gran figura de la Revolución, su representante y jefe
del gobierno provisional reconocido dentro y fuera del país.»
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