martes, 4 de diciembre de 2018

La Dictadura de Donato Mármol



Por: Dr. Félix Figueredo
Eduardo del Mármol
El brigadier Eduardo del Mármol, era un hombre temible por sus procedimientos poco escrupulosos. Era primo del General Donato Mármol y hombre que ejercía en él una influencia determinativa. Era  peligroso. No tenía aprecio por la vida y le daba poco valor a ésta. Se cuenta  que en cierta ocasión estaba durmiendo una siesta bajo unos árboles y sintió  un ruido que formaban algunos soldados negros de su tropa y tomando su revólver, —era un gran tirador— lo disparó tan certeramente a quien escandalizaba, que lo dejó muerto[1], ante el asombro de todos y  tranquilamente reanudó su sueño, mientras los compañeros retiraban el  cadáver del desdichado soldado mambí, víctima de la irresponsabilidad de un jefe de ese carácter, a quien todos le temían por lo sanguinario que era.
En su actuación como insurrecto cuenta en su haber, ejecuciones de «españoles, unas justas, pero la mayoría injustas o innecesarias.
En el Caney ordenó Eduardo del Mármol, la prisión del cura Jerónimo Gómez, nacido en Santander, España y que actuaba de párroco de San Juan Evangelista en Bayamo, a quien exigía una fuerte suma como rescate. El pobre clérigo pasó unos días de suprema angustia, no podía reunir la cantidad exigida y el tiempo pasaba y se vencía el plazo para ser pasado por las armas. Pero en esta oportunidad llegó al Caney el Dr. Félix Figueredo, amigo del párroco de Bayamo, «quien logró arrancarle de las garras de aquel Mármol, y facilitarle más tarde un salvoconducto para restituirse a Bayamo»[2].
En esta etapa de la Revolución Carlos Manuel de Céspedes estuvo un tanto desconectado con las fuerzas de Donato del Mármol. Tal vez por la ruidosa derrota sufrida al no lograr contener los ejércitos del Conde de Valmaseda y que precipitó el incendio de Bayamo y en definitiva la toma de la ciudad por los españoles.  
Donato Mármol
El brigadier Eduardo del Mármol, quien siempre tenía un cerebro para el mal, en combinación con Leopoldo Arteaga, tuvieron la iniciativa de proclamar  al General Donato del Mármol, dictador y supremo jefe de la Revolución Cubana, desconociendo la personalidad de Carlos Manuel de Céspedes.
De inmediato Donato del Mármol, convencido de que podía ser el dictador, acompañado de Eduardo fueron al campamento de Figueredo en Hicoteita. Allí los dos primos a quienes acompañaba su escolta, hicieron salir a Figueredo solo sin sus ayudantes y tomando la palabra Eduardo del Mármol, le dijo:
   Hemos decidido declarar al General Donato como jefe máximo del Ejército Libertador, ya que tanto Carlos Manuel de Céspedes como Francisco Vicente Aguilera, eran ineptos para poder sobrellevar el peso de la guerra.
Nombrado Mármol dictador, concentraría todas las fuerzas, y con ella iría desde Oriente hasta Las Villas y Colón, haciendo la guerra a sangre y fuego. Figueredo oía palabra por palabra sin inmutarse y mirando fijamente a los ojos de Eduardo del Mármol a quien consideraba capaz de todo.
Éste continuó su información de la siguiente manera:
   Toda la oficialidad que quedaba en la Venta con el abogado Leopoldo Arteaga y Pío Rosado, habían convenido en declarar dictador al General Mármol; pero que enterado éste les había pedido suspender el acto hasta conocer las opiniones del Brigadier Figueredo y la del General Gómez, a quien irían a visitar.
Figueredo cauteloso en sus palabras de contestación le dijo:
   Creo que no hay inconveniente, al menos por mi parte, para que el proyecto de dictadura se lleve a cabo. De todas maneras quiero consultar asunto de tanta trascendencia con Máximo Gómez.
«Guardóse bien Figueredo —dice Pirala— de dar ante Eduardo una negativa terminante a la pregunta de dictadura, porque como lo conocía sobradamente, sabía que al rechazarla u oponerse a su realización, había de ser llamado con cualquier pretexto, desposeído de la fuerza, y fusilado o macheteado, que no se paraba Eduardo en los medios para alcanzar sus fines; y tanto era así, que hacía tres días tenía en su campamento de huésped al joven Pancho Mármol, hijo de Eduardo, que se sospechaba llevaba el cometido reservado de preparar el terreno.
Inmediatamente después de terminada esta entrevista, Félix Figueredo se encaminó al campamento de Máximo Gómez.
«Difícil hallaba Gómez la solución de aquel problema, porque apoyar la dictadura de Mármol anulaba a Céspedes, contra quien se conspiraba, por lo que excusaba tomar parte en la conjura, no obstante presentir hasta donde era capaz de ir Eduardo del Marmol para conseguir su propósito. Por eso le propuso Figueredo la única solución que consideraba posible, que de plantearla aceptando la variación del Gobierno, había forzosamente de destruir el castillito de naipes que con siniestros fines pretendían levantar Arteaga y Mármol; y por lo pronto colocar al último debajo del nivel de los dos interlocutores, lo cual se estimaba tanto más preciso, cuanto que el presunto dictador, desde Sabanilla estaba supeditado a lo que al Eduardo se le antojaba disponer. Así pactado entre Gómez y Figueredo, fueron llamados antes de terminar la conferencia Calixto García Íñiguez, Justo del Mármol, hermano menor de Donato, Miguel Barzaga y demás anexos al cuartel del General Gómez, a quienes se le notificó el proyecto de dictadura, pero no lo pactado»[3]
En el ingenio del Caney se celebró la reunión a la que asistieron el General Mármol, su primo Eduardo, Leopoldo Arteaga y todos los oficiales de las fuerzas de Cuba, Cobre y Jiguaní.
El General Donato del Mármol declaró:
   «Los ciudadanos Leopoldo Arteaga, Eduardo del Mármol y Pío Rosado deseaban exponer las razones que daban motivo para proponer una medida de trascendencia que había de asegurar el triunfo de la Revolución y solicitaba se le escuchara atentamente.»
Acto seguido los citados individuos no propusieron nada, sino que proclamaron a Donato del Mármol y Tamayo, dictador de la República de Cuba, facultándole para que asumiera los poderes. Sin exponer consideraciones algunas, ni pedir votación.
Pasado unos instantes, el Dr. Figueredo reclamó un momento de silencio para hablar y dijo:
   Ciudadanos: como en este recinto, por la libre voluntad de ustedes se ha proclamado dictador al General Donato del Mármol, que estando presente acaba de aceptar, sin más fórmula que la de proclamación y su silencio, y suponiéndolo que pueda estar en lo posible, que ahora mismo se presenta el enemigo, que se empeña el combate, y que por más desgracia, para todos sensible, sucumba el dictador o quede prisionero en ese desgraciado caso, ¿quién debe reemplazarlo en el mando mientras otra cosa se resuelva?
   ¡El General Gómez! —contestaron todos, agregando un grito ¡Viva el General Gómez!
   Pues viva el General Gómez —repitió Figueredo y continuó diciendo: ¿Y si por otra desgracia también sensible sucumbiese el General Gómez?
   Usted, General Figueredo, —respondió con marcada prontitud Eduardo del Mármol, oyéndose después dar algunas vivas pero con poco entusiasmo.
   Acepto, ciudadanos —dijo Figueredo, sin más preguntas; porque así dejaba a Eduardo colocado en último término, para que empezase a perder la preponderancia que pretendía hallar en la dictadura.
Comenzó el General Donato del Mármol sus actuaciones con toda libertad prescindiendo de Céspedes y su gobierno, disponiendo el incendio de varios ingenios, entre ellos acordando un plan de ataque general, cuando llegó la noticia de que Carlos Manuel de Céspedes, acompañado de Francisco Vicente Aguilera y Luis Marcano, se dirigían a Tacajó con fuerzas a su mando.
Propone Eduardo a su primo, el dictador «lo que la prudencia no permite relatar»; pero Figueredo poniéndose de acuerdo con Gómez, hace que el General Mármol no siguiera el consejo. 


En Tacajó se celebró la entrevista entre Céspedes y Aguilera con Donato del Mármol. Todo quedó arreglado en esta conferencia, a la que sólo asistieron estos tres jefes de la Revolución. Terminada la misma se acordó celebrar una reunión general, a la que concurrieron además de Céspedes, Donato del Mármol y Aguilera, Máximo Gómez, Félix Figueredo, Luis Marcano, Pío Rosado, Eduardo del Mármol, Napoleón Arango, Leopoldo Arteaga, los hermanos Bello, Manuel de Jesús Peña, José Ramón Villasana y otros muchos.
El primero en hablar fue Céspedes, quien preguntó cuál era el motivo del descontento existente y Donato del Mármol comisionó al Dr. Figueredo para que los expusiera, quien con toda serenidad dijo:
   Que lo sucedido obedecía a dos causas: a las faltas de noticias del Gobierno, que era necesario unificar el mando en la Revolución para conseguir el triunfo y el disgusto que había producido entre los revolucionarios el título de Capitán General adoptado por Céspedes y para allanar dificultades proponía: anular la dictadura de Mármol como la Capitanía General que tomara Céspedes después del alzamiento.
La última propuesta del Dr. Figueredo fue aceptada por unanimidad y reinó de nuevo la concordia entre todos los libertadores.
«A merced —dice Vidal Morales— el tacto político desplegado por el Dr. Félix Figueredo en la Junta de Tacajó convocada por Carlos Manuel de Céspedes, no tardó en despojarse de esa investidura, abdicando al mismo tiempo este último de sus facultades de Capitán General»
Después se celebró una entrevista privada entre Céspedes, Donato del Mármol y Figueredo, y éste último consiguió que el General Donato dejara a las órdenes de Carlos Manuel de Céspedes, a su primo el Brigadier Eduardo y a Leopoldo Arteaga, para evitar otro conflicto.
Céspedes aquella misma noche nombró al Dr. Félix Figueredo Comandante General de la jurisdicción de Cuba, cargo que no aceptó éste por no separarse de sus fuerzas.
Tenían razón Máximo Gómez y Félix Figueredo al oponerse a los intentos de dictadura de Donato del Mármol, quien actuó no por su deseo de poder, sino por el espíritu personalista que imperaba en muchos jefes de la Guerra de los Diez Años y por la influencia determinativa de su primo hermano Eduardo del Mármol. Donato no era anticespedista, por el contrario, tres meses después en carta escrita declaraba: «Carlos Manuel de Céspedes es para mí la gran figura de la Revolución, su representante y jefe del gobierno provisional reconocido dentro y fuera del país.»


[1] Martí, José. «Diario» (abril 9 a mayo 17 de 1895). «Diario de Campaña de Máximo Gómez». Instituto del Libro. La Habana, 1968, p. 394.
[2] Pirala, Antonio. Anales de la guerra de Cuba, pp. 437 y 438
[3] Pirala, Antonio. Obra citada, p. 439.

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