Por: César Hidalgo Torres
Calixto García no había pasado más allá de los nueve años de su edad y en
Holguín comienza a asistir a una escuelita “de taburete” que tienen las
hermanas Agustina y Manuela Almaguer. Son las maestras devotas a la Corona
española y el niño, sin poder sustraerse a los ímpetus de su carácter rebelde,
se burla de las frases, gestos, actitudes de las profesoras y las satiriza por
sus insoportables beaterías.
Este veis en el estrado de las maestras cuando ellas todavía no han llegado a la escuela, es Calixto, la camisa sobre la cabeza como si fuera el velo de una de sus educadoras, la voz atiplada a propósito, para que parezca la de una mujer:“Fulano, te tocaste lo que tienes para orinar mucho más tiempo del que demoró en salir el líquido que tenías en la vejiga: rezarás cincuenta padres nuestros e igual cantidad de ave Marías. Y tu Zutano, ¿te escondiste entre los matojales del río para espiar a las negritas que se estaban bañando?: cien padres nuestros y doscientas Ave María. Y usted Calixto, dice Calixto: ¿burlándose de sus maestras que son dos solteronas beatas?”
Los otros niños que tanto estaban disfrutando la representación del muchacho, han enmudecido repentinamente. Una de las maestras está parada en la puerta, oyendo la burla, pero Calixto, de espalda y con el personaje profundamente encarnado no la ve. Pero la oye.
Este veis en el estrado de las maestras cuando ellas todavía no han llegado a la escuela, es Calixto, la camisa sobre la cabeza como si fuera el velo de una de sus educadoras, la voz atiplada a propósito, para que parezca la de una mujer:“Fulano, te tocaste lo que tienes para orinar mucho más tiempo del que demoró en salir el líquido que tenías en la vejiga: rezarás cincuenta padres nuestros e igual cantidad de ave Marías. Y tu Zutano, ¿te escondiste entre los matojales del río para espiar a las negritas que se estaban bañando?: cien padres nuestros y doscientas Ave María. Y usted Calixto, dice Calixto: ¿burlándose de sus maestras que son dos solteronas beatas?”
Los otros niños que tanto estaban disfrutando la representación del muchacho, han enmudecido repentinamente. Una de las maestras está parada en la puerta, oyendo la burla, pero Calixto, de espalda y con el personaje profundamente encarnado no la ve. Pero la oye.
MAESTRA: Por su burla rezará tantos padres nuestros y ave María como cuentas tiene este rosario. Comience ahora mismo que quiero oírlo. Y mañana tendrá que venir su madre a hablar con nosotras si es que quiere seguir siendo alumno de esta escuela que usted debe y tiene que respetar.
Dícele
Calixto a sus maestras otro día, para justificar la falta en la que ellas lo
cazaron: “Le juro yo a usted doña Manuelita, por Dios nuestro señor, que estaba
en los matojales del río, sí, pero no era para verles a las niñas lo que es
pecado, sino para saber dónde picó la pulga a la cupletista”.
Y
esta noche, después de asegurarse que no hay nadie en la escuela, entra el
muchacho. Un jolongo en el hombro, la vista tratando de ver en la oscuridad.
Sin detenerse en nada, asustado y con apuro, va hasta el retrato de la reina de
España que las maestras colgaron en la pared y le coloca a la soberana un rabo
hecho de pelo de jumento.
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