En: Periódico
“La Independencia”, Órgano de los Pueblos Hispano–Americanos, Nueva York,
septiembre 24 de 1874 # 90 año II. Los
editores del periódico probablemente retiraron los párrafos iniciales de la
carta, tal vez más íntimos, dada la forma en que se inicia el texto en el
periódico.
Calabazar
de Jiguaní junio 20 de 1874.
(...)
Isabel Vélez Cabrera, esposa de Calixto García |
Afortunadamente
la lucha cada día toma nueva faz, favorable a nosotros. Los españoles comprenden que se les escapa de
las manos la presa y hacen esfuerzo supremo para asirse de ella; pero todo es
vano. Hoy, después de lanzar sobre nosotros por medio de una quinta[1] a las difíciles columnas
que están a su lado, hacen un nuevo esfuerzo y nos envían a los esclavos a
pelear contra nosotros más todo es en vano: la quinta da por resultado que un
gran número de cubanos con armas y pertrechos se pasen a nuestro ejército y
pronto, muy pronto, harán lo mismo los esclavos que nos asignan a vanguardia de
sus batallones para caer bajo el filo del singular machete. Sus grandes columnas compuestas de soldados
indisciplinados y a los que no alienta el fuego santo de la libertad, huyen
acobardados ante un pequeño número de cubanos.
La suerte está echada y el triunfo es nuestro.
Si el
coronel Carlos Manuel de Céspedes[2] consigue los recursos que
va a buscar para mí[3],
antes de 6 meses Oriente y Camagüey serán nuestros y el año de 1875 será el fin
de nuestra heroica lucha en los campos de cadenas y matanzas. ¡Ojalá comprendan
los patriotas del extranjero que esto es una verdad y obren en consecuencia!
Aunque no
me gusta hablarte de acciones de guerra, para probarte la cobardía que se ha
apoderado de los españoles te contaré la acción del 17 de abril que ha sido una
donde más la han puesto de manifiesto.
Yo estaba acampando a dos leguas de la Yara, costa del Cauto y, como a
las 8 de la mañana, se oyó el fuego en la Yaya; di orden de montar al teniente
coronel Limbano Sánchez[4], Jefe de la Caballería que
solo tenía 30 jinetes, haciéndolo yo también con mi Estado Mayor. Marche en
dirección del fuego siguiéndome 60 infantes, única fuerza que tenía conmigo,
llego a la Yaya y en esos momentos mi vanguardia rompe el fuego sobre el
enemigo, y retroceden dándome cuenta de traer los españoles 100 caballos y
mucha infantería.
Luego supe
que la columna se componía de 1 000 hombres mandados por Campillo, Ordene a [Limbano]
Sánchez que hiciera una falsa retirada con objeto de atraer la caballería
enemiga y al ver ésta que los mismos huían se lanzó a la carga; pero en esos
momentos Limbano, que es todos un valiente, dio una vuelta de frente y
cargándole a su vez los hizo retirar en dispersión sobre su infantería no sin
que dejasen sobre el campo como 20 muertos.
Esto bastó para hacerlos retroceder y hacerse fuerte en una trinchera
abandonada que tienen en la Yaya, por lo cual mandé desplegar 12 tiradores en
el margen opuesta del Cauto con orden de que no los dejasen beber agua. Lo
mismo le hizo el jefe de la guerrilla que los tuvo locos de sed hasta las tres
de la tarde que emprendieron su retirada para Jiguaní; mientras se retiraban yo
los hostilizaba continuadamente amenazándolos con cargas de caballería,
logrando atraerlos sobre una emboscada que les preparé con el resto de mi
infantería en lo que sufrieron bajas de consideración. Como te dejo dicho, a las 3 emprendieron su
retirada para Jiguaní, más ellos no contaban con que yo les había puesto, mi
pequeña fuerza de infantería por el camino que debían llevar, de suerte que no más
salieron de la Yaya empezaron a sufrir un mortífero fuego de frente y flanco,
que le hacia la infantería; mientras que yo con la caballería les caí por
retaguardia. Viéronse tan apurados que al llegar a la laguna del Cauto
abandonaron el camino y tomaron una vereda que va a la de Juárez, con la mira
de librarse de la caballería, lo que consiguieron, mas no así de la infantería,
que les persiguió tres leguas, hasta que el fin, la noche y la extenuación de
mi pequeña fuerza pusieron término al combate, que hubiera sido muy feliz para
mí a no haber muerto uno de mis ayudantes más preciados, el Teniente Francisco
Agüero y Mármol, que se lanzó como un loco sobre los españoles en el último
avance que le dimos, y cayó atravesado de tres balazos.
¡Valiente niño
que muriendo ya, me decía: “Mayor, yo tengo mucha vida y no muero de esta!”. Este joven era hijo de una hermana de Donato
Mármol y hacía dos años que me acompañaba ¡Otra víctima más!
El enemigo
se llenó de tal pánico que no solo dejó por el camino sus muertos si no también
algunos heridos. Más tarde supe por el agente[5] de Jiguaní que habían
tenido más de 130 bajas; después de esto sacamos todo el ganado de Santa Rita,
Chapala y el Horno, sin que los españoles opusiesen resistencia.
Pensé dejar
esta para continuarla mañana pero al salir fuera de mi tienda se ha presentado
ante mi vista tan bella perspectiva que no puedo resistir el deseo de pintarte
el campamento.
Son las
doce de la noche, una luna bellísima esparce su dulce claridad y un cielo azul
techado de estrellas se extiende por mi cabeza, a mi frente se distingue una
larga hilera de pequeños ranchos cobijados de yaguas. Es el campamento del
regimiento Yara a mi izquierda, y a la derecha las tiendas de mis ayudantes y a
mi espalda otra larga hilera de ranchos ocupados por mi escolta y el batallón
Baire. La tienda más próxima a la mía es la de mi amigo Félix Figueredo que ha
dejado la Secretaria de la Guerra y es hoy otra vez jefe de la Sanidad de
Oriente. En mi misma tienda tengo a Benjamín Ramírez, Jefe del Regimiento Baire,
que ha venido a verme atravesando diez y ocho leguas de loma entre ellas La
Maestra, pues está destacado en la costa sur. Al pie de mi tienda está dándose
paseo un valiente hijo de África envuelto en una frazada y con su rifle al
hombro. Es el centinela. En un banco está sentado el cabo de guarida que es un
bonito pardito llamado Juan Joaquín Urbina hijo de Felicita Urbina la de Baire,
a quien tú conoces. En su tienda a seis
pasos de la mía está sentado en su hamaca el capitán Esteban García que con su
flema acostumbrada fuma un cigarro, él es el oficial de servicio.
Una extensa
calle de palma rodea el campamento y una empinada loma se ve a mi espalda llena
de inmensos farallones blancos que
parecen grandes edificios. A cien pasos del campamento hay un pequeño arroyo de
una agua deliciosa, que nace de los farallones que antes te he descrito. Detrás
de mi tienda duerme mi asistente Pancho Ferrer, que hace cuatro años que está a
mi lado y que antes fue asistente del pobre Amadeo Manuit. Junto a Pancho está
Baudilio, mi ahijado, hijo de Nenque Pérez, único que ha quedado de la familia
y a quien he recogido; a un costado mi caballo, potro de cinco años de color
dorado, calzado, y frente blanca: un magnífico animal, que vive, o mejor dicho,
come en la mayor armonía con la mula de mi asistente.
A los
costados de mi hamaca la vela de cera alumbran mi habitación que como en todas
las mías se ven revueltos zapatos, revólveres, carteras, machetes, chaquetas,
etc,. A la entrada de mi tienda hay un banco formado por cuatro horquetas y
unas varas. Este banco es para las visitas. […].
Esta noche
a prima estuvo tocando la orquesta, bien que esto no es una novedad, pues lo
hacen casi todas las noches. Tanto hemos luchado hasta que hemos conseguido
música. El jefe de ella es Pedro Estrada, el clarinete que residía en
Contramaestre. Más allá de los ranchos del Regimiento Yara y separado por una
calle de 20 varas de ancho se encuentran los del regimiento Bayamo y más
adelante y en el mismo orden de los del primer batallón de Jiguaní. Delante de
todos y en un potrero de Guinea, lleno también de palmas, acampa a la
caballería. Por todos los ranchos se ven varas de tasajos y montones de
boniatos, mangos, cañas y hasta zapotes y si algún curioso escarba algunos
montones que sobresalen de la tierra, encontrará nísperos puestos a madurar con
el calor del sol.
Esto es en
fin, un campamento encantador, lo que no es de extrañar en nuestra bella Cuba[6].
En estos
momentos todos duermen y nadie diría que acampan en este lugar los mismos
hombres que antes del toque al silencio aturdían los oídos con sus cantos y
chistes, que no olvidan ni en medio de los mayores peligros ni aun cuando el
hombre agobia sus estómagos; para concluir te diré que todo por aquí marcha
bien. Los españoles muy apurados. Ya echan mano, como te he dicho, hasta de los
esclavos para hacernos la guerra. Creen que nos atemorizan con sus
alistamientos de voluntarios que no valen nada por lo cual dicen nuestros
soldados con su arrogancia habitual: mejor que vengan bastantes, mataremos
más.
[1] Se refiere a uno de cada cinco.
[2] Hijo de Carlos Manuel de Céspedes,
(1840-1915).Coronel. Nació en Bayamo, Oriente, el 3.1.1840. Tomó parte en la
Guerra del 68 desde su comienzo. Aunque en julio de 1869 ya era Coronel, su
ascenso oficial en el escalafón aparece con fecha
24.2.1870, día en que fue aprobado por la Cámara de Representantes. Mediante el
decreto presidencial del 4.4.1870 fue nombrado preboste [Encargado] general del
Ejército Libertador, no ocupó el cargo hasta febrero de 1871 en que pasó a
desempeñarse como jefe del Estado Mayor del entonces General de Brigada Luis
Figueredo, jefe de la División de Bayamo. En agosto de 1872 era secretario del
gabinete de gobierno del presidente Céspedes. Cuando su padre fue depuesto de
la presidencia lo acompañó todo el tiempo hasta su muerte. En el momento en que
el enemigo atacó el caserío de San Lorenzo, él no se encontraba allí por estar
cumpliendo una encomienda del padre en otro lugar cercano. Después de la muerte
del ex presidente (27.2.1874), abandonó las filas del Ejército Libertador y
marchó a Estados
Unidos. El 1.4.1874 resultó elegido presidente del Comité Revolucionario de
Cayo Hueso. Murió el 30.4.1915
[3] Había salido al exterior a buscar una expedición
con armas y municiones.
[4] Sánchez Rodríguez, Limbano (1845-1885) General de
Brigada. Nació en Santiago de Cuba, Oriente, el 18.5.1845. sin embargo algunas
fuentes señalan que su nacimiento ocurrió en Baracoa. Participó en la Guerra de
Restauración de la República Dominicana (1863-1865), donde alcanzó el grado de
sargento de artillería
del ejército de los patriotas dominicanos. Durante la contienda del 1868 se
alzó en Baracoa. Participó en el combate de El Yanal, el 5.7.1872, con grado de
Comandante. Los días 19 y 20.12.1872 tomó parte en el ataque a Holguín, bajo el
mando del Mayor General Calixto García. El 18.1.1873 fue ascendido a Teniente
Coronel, siendo el jefe del Regimiento Holguín. El 3.3.1873 atacó a Guacamayos,
en Jiguaní, donde derrotó a la guerrilla del Regimiento Bailén. Resultó herido
en la acción del Guabino de Purnio, el 1.2.1876. Apoyó la sedición de Santa
Rita (11.5.1877)
y se sublevó en Holguín desconociendo a sus jefes: el entonces Teniente Coronel
Juan Rius Rivera y el Mayor General Antonio Maceo, y demandó
reformas. La intervención oportuna del Mayor General Máximo Gómez lo hizo retornar
a la obediencia. Apoyó la instauración del Cantón Independiente de Holguín,
en sus inicios; pero posteriormente rectificó su actitud. Rechazó el Pacto del
Zanjón. Fue uno de los protestantes de Baraguá. El gobierno provisional del Mayor
General Manuel de Jesús Calvar lo ascendió a Coronel el 17.3.1878, y lo designó
jefe de la Brigada de Holguín Occidental, para proseguir la guerra. El
25.5.1878, capituló. Durante la Guerra Chiquita se alzó el 25.9.1879, en Sabana
de Duaba, Baracoa, y se mantuvo como jefe de esa región. En enero de 1880 libró
una acción
en Renacas, Baracoa. Al percatarse de que esa guerra estaba fracasada, presentó
un pliego de demandas condicionando su rendición y, aunque no fueron aceptadas
por los españoles, depuso las armas el 25.6.1880. Fue enviado a las prisiones
de Chafarinas, en Marruecos. Posteriormente lo trasladaron a España, de
donde se fugó y se dirigió a Nueva York, Estados Unidos, en junio de 1884, con
la idea de organizar una expedición armada junto con Francisco Varona Tornet.
De allí se trasladó a Colón, Panamá, donde trató de secuestrar el vapor español
San Jacinto para dirigirse a Cuba. Fue detenido y liberado más tarde. En
febrero de 1885 llegó a República Dominicana para organizar una expedición en
la goleta Americana, que desembarcó con once patriotas por Playa Caleta, cerca
de la desembocadura del río Jaruco, en Baracoa, el 18.5.1885. Su presencia fue
detectada por la dotación de un fortín español cercano al punto de desembarco.
Una emboscada los dispersó. Acosado por el enemigo se dirigió hacia la zona de
Mayarí acompañado por el General de Brigada Ramón González. Encontrándose
refugiado en una finca de Cayo Rey, propiedad de su compadre, el 28.9.1885,
éste lo traicionó envenenándolos con un café. El delator atrajo a las fuerzas
españolas, quienes sacaron el cadáver hacia un camino próximo donde simularon
que había caído en un combate. Algunas fuentes aseguran que murió combatiendo
con una guerrilla española. Antes de su salida hacia Cuba, Juan Arnao,
presidente del Comité Revolucionario en Estados Unidos, le había entregado un
documento donde certificaba su ascenso a General de Brigada.
[5] Así llamaban los mambises a sus informantes en los
pueblos.
[6] Por ser una carta a la esposa, el General no hace
mención de las mujeres, que siempre eran muchas en los campamentos.
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