Tomado
de Aníbal Escalante
Condensado por César Hidalgo Torres
Condensado por César Hidalgo Torres
Salvador Cisnero Betancourt |
La
llegada a Naranjal (Camaguey) del general García fue recibida con gran alborozo por todos
los patriotas que se hallaban en el campamento, que eran, el presidente del
Consejo de Gobierno, Salvador Cisneros Betancourt; el vicepresidente Bartolomé Masó, los Secretarios de la Guerra, Interior y Hacienda, ciudadanos Carlos Roloff, Ernesto Fonst Sterling y Severo Pina, respectivamente, y el jefe del
Despacho, ciudadano José Clemente Vivanco.
Dicen
las crónicas que la llegada de Calixto al alto Ejecutivo fue como si la emigración
le hubiera regalado a la revolución un manjar delicado, sobre todo y con mayor
razón por los instantes que vientos frondosos hacían mover la desarmonía entre
los cubanos: después de la salida necesaria de Máximo Gómez y Antonio Maceo
hacia el occidente de la Isla para ejecutar la obra gigantesca de la invasión,
Oriente y el Camagüey se habían quedado huérfanos de una figura de renombre;
por lo tanto, la llegada a tierras de Cuba en armas del insigne holguinero que
tantas zurras había dado a los enemigos en el pasado, era ahora de sentido
regocijo por parte de todos sus compañeros de armas. De que el general Calixto
García pondría en orden el estado de cosas, todos estaban seguros. La
indisciplina que se había arraigado en todos los sectores de manera muy
peligrosa, sería arrancada de cuajo con toda seguridad.
Ni
uno solo de los cubanos sobre las armas dudaba de que ahora en lo adelante las
cosas tendrían que tomar un rumbo diferente, a menos que los obligados a
obedecer intentaran obstruccionar la labor que desplegara el gran patricio,
pero hasta eso era del todo imposible de suponer, sabiendo, como se sabía, el
temple del general. Calixto no era de los hombres que se dejaban intimidar
cuando los intereses de la Patria lo exigían, pero, igual y aún mejor para la
esperanza de la mayoría, todos conocían que enérgico en grado superlativo, el
general tenía la costumbre de emplear la diplomacia cuando la obsesión dominaba
el bando contrario.
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