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Archivo Nacional de Cuba. Fondo Donativos y Remisiones, Legajo. 623 Número. 57
AL
PUEBLO CUBANO
Al
volver a mi patria[1],
esclava aún, con la mano puesta en la misma espada que empuñe hace doce años,
traigo la santa guerra, el mismo espíritu y la misma energía [roto] que la
comencé. Si razones sobradas hubo
entonces para alzar la bandera de la independencia de Cuba, nuevo [roto]
engañado y nuevos crímenes han venido a añadir nuevas razones. Los árboles
corrompidos han de arrancarse de raíz. Yo no he desconfiado un instante del
éxito de la lucha, he meditado y he comprendido; no he desconocido los poderes
y constantes elementos que la guerra cuenta, vengo con aquel estandarte
glorioso que en 1868 levantamos, decidido a rescatar con el brío de los
combates y la prudencia de las determinaciones esa batalla perdida que no llegó
a durar dos años.
Al
pisar esta tierra, consagrada para tanto héroe y tanto mártir, siento mi
voluntad fortalecida y mi razón asegurada; vuelvo estremecido los ojos a los
que perecieron, y como ejemplo los señalo a los que no saben honrar a los
muertos, ni saben morir.
No!,
no es posible que améis, cubanos, vuestra terrible vida. Si combatisteis en la
pasada lucha u os sentís inclinados a la nueva, asesinados en los bosques o
arrojados al fondo del mar pongáis vuestro valor [Sic.] En las ciudades el
miedo y la lisonja han reemplazado a la virilidad y la entereza, y un ansia
desmedida de fortuna y arrepentimiento incomprensible de haber sido grandes,
extravía á probados caracteres. En los campos con la contribución que del pan
de vuestros hijos os arrancan, compran nuestro enemigo, no el arado que os ha
de servir para labrar la tierra, sino el fusil con que ha de dar muerte a
nuestros hijos. La corrupción y la
miseria están hiriendo mortalmente la dignidad de nuestros hombres y la pureza
de nuestras mujeres. El espectáculo del general empequeñecimiento pervierte a
la generación que nace. El interior de las ciudades es mi banquete bochornoso,
y el interior de la Isla, un campamento. ¡Puesto que os tratan como a vencidos,
hora es ya de probar que no habéis olvidado todavía la manera de vencer!
No
es el odio el que a la guerra me conduce, aunque sería el odio tan justo que
bastaría él solo a mantenernos,cuando la razón no nos guiase. El ansia de paz
es lo que nos decide a la guerra. La necesidad de asegurar nuestra prosperidad
es lo que nos mueve a amenazarla ahora. Y si la riqueza ficticia y bochornosa
que aún resta en algunas comarcas de la Isla, fuera, con mengua de sus
poseedores, obstáculo a la Revolución, de cuajo y sin misericordia arrancamos,
para hacerla renacer luego digna de hombres libres, una riqueza que mancha a
quien la mantiene y avergüenza a los que indirectamente la comparten.
No
derramemos en vano nuestra sangre en la admirable lucha. Por la libertad de
todos los hombres, blancos y negros, combatimos; y no ha de haber cubano
honrado que se atreva a injuriar a los que por su libertad y honor combaten. Libres
hicimos a los hombres negros, y es necesario que sean libres. Viles dejamos de ser los hombres blancos, y
es necesario que no volvamos a ser viles. La riqueza cubana, que será con poco
esfuerzo en nuestras manos segura y pasmosa, no puede estar sacrificada por más
tiempo a la riqueza española. Nuestros hijos han de vivir para algo más que
para cebo de puñal y para fruta de cadalso.
¡Cubanos:
No hay más que un partido: el de la honra! ¡No hay más que una riqueza: la de
virtud! Sed más astutos que nuestros enemigos, que aparentan respetaros en las
ciudades mientras les queda una esperanza, para tenemos cerca a todos en la
hora del exterminio cuando toda esperanza sea posible. Las horas decisivas requieren
campos claros: o servidores de España o servidores de la independencia de la
patria: o viles, o dignos. No creáis a los que para disculpar su debilidado
justificar su arrepentimiento, os pintar débil una guerra en que no tienen
valor para combatir.
Nuestros
hombres son los de ayer: nuestros soldados son los soldados de los diez años:
nuestra guerra, la de Yara: imitaremos a nuestros antecesores en bravura y
recordaremos, para evitarlos, sus errores. Los hombres de arma que hoy luchamos
no las envainaremos sino cuando en las fortalezas españolas ondee el pabellón
libre; pero las [roto] de buena voluntad en el año sagrado de las leyes: nos
inspira el más alto de los espíritus: nos arma el ansia de las obras grandes. Hacemos
la guerra para salvar la virtud, asegurar la riqueza y garantizar la paz.
Nuestro
enemigo entra en la lucha vencido de antemano: la Península no apoya su poder
sino con soldados imberbes y con leyes vejatorias, bastantes a segar cuellos de
crédulos y fortunas de contribuyentes, no a quebrantar un solo peco nuestro. Los
peninsulares, airados contra su patria que los arruina, vuelven los ojos a
nosotros, deseosos de morir en paz en la tierra en que crearon su fortuna. El
gobierno español no tiene más recursos que los que de nosotros a viva fuerza
logre: ¡pagad de una vez, cubanos, para ser libres, una contribución que desde
hace tanto tiempo estáis pagando para ser esclavos!
Los
campos nos ayudan; millones de hombres nos acompañan; los pueblos se nos
abrirán, porque nos aman. Pero si
tímidos o ahogados en sangre se nos cerrasen de los bosques, haremos el
mampuesto de nuestra libertad y nuestra gloria, y en los bosques con troncos de
árboles trabajaremos armas nuevas para luchar por el honor!.
¡Cubanos!:¡La
historia está escrita, y se continúa escribiendo. A morir vengo y a morir venimos todos, por
nuestro decoro y por el vuestro! No ha de decir la historia que cuando
pudisteis ser libres, injuriasteis a vuestros héroes, ensalzasteis a vuestros
matadores y permanecisteis voluntariamente infames!
Cuartel
General del Ejército Libertador,
[1] Calixto García desembarcó al frente
de 19 expedicionarios por un lugar denominado
Aserradero, al sur de Oriente el 7 de mayo de 1880.
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