He estado hasta hoy acampado en
Yariguá, uno de los campamentos mejores que hay en las Tunas, para esperar al
enemigo; pero que memorable ha sido y
será siempre para mi. He pasado en él las horas más amargas, horas de toda la
revolución, pues he visto el horrible fantasma da la guerra civil entra los
cubanos, sin haber aun echado a los godos. ¿Qué será cuando estos suceda? Sólo
la anexión puede salvarnos. Es menester asirnos a ella como a la única tabla de
salvación para que fundida nuestra miserable raza con la sajona, que tan bien
conoce y practica la verdadera libertad, lograremos perder los malos hábitos
que nos han legado los españoles.
A las 7 de la mañana del 5 llegó a mi
cuartel el Teniente Eduardo Alcalá, jefe encargado del taller, el que me comunicó
que como a las 11 de la noche del 4 se presentó en su campamento el Comandante
Pedro Ignacio Castellanos y que habiendo reunido la guardia y los empleados del
taller les había comunicado que se trataba de llevar a cabo una revolución con
objeto de reponer en el gobierno al Ciudadano Carlos Manuel Céspedes, nombrando
General en Jefe a Vicente García, que el núcleo existía en el Camaguey donde se
contaba con gran parte de aquella división y con la de Las villas, que en este
concepto esperaba que ellos le ayudarían a la empresa. Negose Alcalá y todos los artesanos, marchándose
Castellanos con un sargento y 4 números que logró seducir de los de la avanzada. También me
comunicó Alcalá que Castellanos se dirigía a la caballería con objeto de
sublevarla, por lo que despaché un
correo mandando al Teniente Coronel Limbano Sánchez que se me incorporara con ella y que redujera
a prisión a Castellanos si por allí se
presentaba.
Mientras tanto he aquí lo que había
pasado en el Campamento de la caballería. Como a la una de la madrugada del 3
el Comandante Castellanos, valiéndose de un tercero, citó a cierto lugar
algunos números del escuadrón de las Tunas que antes habían estado a sus
órdenes. Valiéndose del influjo que sobre ellos ejercía los comprometió a que
desertaran y se le reunieran en un punto
que les indicó. Acudieron algunos soldados y le preguntaron qué debían hacer si
trataban de estorbarles la salida, a lo que le dijo Castellanos que se abrieran
paso con sus armas. Esta orden hizo creer a los comprometidos que Castellanos trataba de pasarse al enemigo y
entregarlos a ellos por lo que dieron
parte al Teniente Coronel Sánchez. Este jefe, obrando con astucia les encargó fueran al lugar de cita y
trataran de aprisionar a Castellanos.
Hicieron así el Sargento Cruz y 6 números más, uniéndose a Castellanos y marchando con él hasta que
aprovechando un descuido, se apoderaron
del rifle que portaba y le intimaron la orden de prisión. Echó él mano al
revolver y entonces Cruz y compañeros le hicieron fuego dejándolo muerto en el acto. Triste
pero merecido castigo por la infame
falta en que hacia incurrir a sus subalternos. Era de esperar que así concluyera su carrera Pedro Ignacio
Castellanos, pues desde el principio de
la revolución había servido en todas las divisiones llevando do quiera que iba
el desorden y el espíritu de
insubordinación, llegando esta hasta
el extremo de que el malogrado Agramonte, viendo que ningún partido podría sacar de él, lo
trasladó de su división ordenándole que no volviera más a su presencia.
Sacramento León |
El mismo día, y antes de saber de la
muerte de Castellanos, desertaron de mi Campamento el comandante Sacramento León[1],
llevándose consigo algunos números y
sumando una avanzada. Este, opino, estaba también en connivencia con
Castellanos por lo que se dirigió al
potrero de la Caridad
a esperarlo. Yo lo supe; pero temeroso de que se derramara más sangre no quise enviarlo a
prender, teniendo la seguridad de que si
era cierto el complot, en nada influirían los pocos números que León llevaba consigo. Nada sé de
Camaguey, así es que ignoro lo que haya
de cierto en el asunto de la conspiración. Dios vela por la suerte de Cuba. Si tal cosa resultara
sería una de las más horribles crisis
por que podría atravesar nuestra revolución, pues si el país se deja llevar por los revoltosos sería
sentar un antecedente de fatales
consecuencias para lo sucesivo[2].
Ya salí de Yariguá, acampando en el
Almendrón. Sólo llevo conmigo la 1ª.
brigada de la 2ª. División y la
Caballería, pues la fuerza de las Tunas la he, de lacio (Sic)
con el Coronel Varona[3].
[1] León Rivero, José Sacramento
(Payito) (1848-1884) Teniente Coronel. Nació en Las Tunas, Oriente, en 1848.
Combatiente de la Guerra del 68. Se unió a Vicente García el 11.10.1868, en el
potrero El Hormiguero, en Las Tunas, para alzarse por la independencia. Dos
días más tarde participó en el ataque a esa ciudad. García lo incorporó a su
escolta y en poco tiempo ganó el grado de Teniente. Combatió en Becerra, en el
segundo ataque a Las Tunas, en Río Abajo, La Zanja, Río Blanco y Santa Rita. En
mayo de 1872 recibió el mando del 2do Batallón del Regimiento de Las Tunas, con
el grado de Capitán y el 26.12.1872 fue ascendido Comandante. En 1873 estaba
subordinado a la 2da División, 1er Cuerpo. En marzo de 1874 inició un motín en
el campamento El Pilón, cerca de Manatí, Oriente: arengó al personal de la
brigada instándolo a negarse a integrar un contingente que se estaba
organizando para reforzar al que combatía con el Mayor General Máximo Gómez en
la provincia Camagüey con el plan de invadir a Las Villas. También pidió que se
desconociera el mando del Mayor General Calixto García, quien había asumido la
jefatura del distrito de Las Tunas cuando el Mayor General Vicente García pasó
a desempeñarse como secretario de la Guerra. Declaró, como ultimátum, su
disposición de emplear las armas para obtener sus exigencias, las cuales
incluían no permitir que se destinaran fuerzas para invadir a Las Villas. Bajo
esta sedición, la caballería de Las Tunas desertó casi en masa. Al final de esa
aventura, Payito León se presentó al Gobierno en Armas, el 5.5.1874, con vistas
a ser juzgado. La Cámara de Representantes acordó que le realizaran un juicio
sumarísimo; pero dos días más tarde decidió una amnistía general para todos los
insubordinados en El Pilón. El 29.9.1874 fue sorprendido cuando extraía ganado
de los depósitos del enemigo y recibió una herida grave en la ingle. Fue uno de
los instigadores de las sediciones de Lagunas de Varona (26.4.1875) y de Santa
Rita (11.5.1877). El 18.2.1875 participó en el ataque y toma de un convoy
español en Punta Gorda. Se destacó en el ataque a Las Tunas, del 23 al
26.9.1876, durante el cual tomó el fuerte principal de la plaza de armas. El
7.7.1877 libró combate en Las Mercedes. Prestó su apoyo a la Protesta de
Baraguá (15.3.1878). Trece días más tarde combatió en Anoncillo y continuó
realizando acciones combativas hasta que acompañó a Vicente García en su salida
de Cuba rumbo a Venezuela el 7.6.1878. A principios de 1884 regresó a la patria
para morir, el 28 de marzo de ese año, en la ciudad de La Habana, cuando sólo
contaba con 36 años de edad.
[2] La muerte del comandante Castellano
y la insubordinación de Sacramento León ha sido un tema que ha llamado la
atención de los historiadores pues se considera que fueron las divisiones internas
las que pusieron fin a la guerra del 68, más que el esfuerzo político y militar
español. Esta insubordinación se considera como la primera importante de la
larga historia de motines y sediciones y la que inició el resquebrajamiento
de las fuerzas libertadoras. Muchas
veces se tiende a analizar estos motines regionalistas como hechos más o menos
aislados, productos de las ambiciones de uno o varios líderes insurrectos.
Raramente se ve el asunto como resultado de un complejo proceso en el que, más
que líderes o grandes y pequeñas figuras, se mueven intereses regionales de
grupos relativamente importantes. Nunca se tienen en cuenta el papel que
tuvieron estas fuerzas regionales en convertir las contradicciones metrópoli
colonia en un alzamiento y canalizar ese impulso en un ejército e incluso la
conformación de una república. Los intereses regionales estarán presentes desde
antes del inicio de la guerra y el mismo estallido del 10 de octubre fue
producto de la acción de un grupo regional, el de Manzanillo, que impuso su
criterio sobre los demás. Sobre el regionalismo hay más preguntas que
respuestas. Es necesario un estudio de la sociedad que lo produjo y no solo de sus principales
protagonistas o sus consecuencias.
[3] Francisco Varona González. Nació en
las Tunas el 15 de junio de 1832 y murió en 1899. Fue uno de los iniciadores de
la guerra de 1868 donde se mantuvo hasta el final. Participo en la Guerra Chiquita y en la del
1895 donde alcanzo el grado de mayor general.
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