Acampé en Buenaventura. Hoy he recorrido un camino muy conocido para mí pues pasé por la Luisa, Palenque y Herradura, lugares de amargos recuerdos para mi pues traen a mi memoria la época en que yo operé en esa zona cuando la campaña de invierno del 70 en que Valmaseda hizo el supremo esfuerzo para combatir la insurrección.
Isabel Vélez Cabrera |
El 20 de Enero de 1870 me despedí de
mi Isabel[1]
y de mis hijos[2]
y de mi pobre Isa, en la Canoa
de Palacios[3].
Era la última vez que debía verlos[4].
Empezaban entonces a caer sobre Holguín las fuerzas que mandaba el funesto
Conde[5]
y mi deber me llamaba a ocupar mi puesto. Las tropas españolas invadían la zona
confiada a mi cuidado.
El 21 fuerzas enemigas hacían
prisioneras todas las personas queridas de mi alma y yo mientras tanto estaba
en el Rejondón de Báguano[6]
sin poder volar a su defensa. Tenia orden de Gómez de concentrar mi columna sobre el camino de Cuba[7]
a Holguín y hostilizar al enemigo cuanto
me fuera posible.
Fue aquella una serie no interrumpida
de combates teniendo por nuestra parte
la convicción de que no podíamos vencer al enemigo que cada vez se reforzaba más y más y caía
sobre nuestras escasas tropas tratando
de envolverlas. Lo que se sufrió es difícil de escribir, pues a parte de la escasez de comida baste decir,
para dar una ligera idea de nuestro
estado, que mandábamos a 20 hombres a tirar una
descarga al enemigo para que este contestara nuestros fuegos con innumerables descargas y al hacerlas dejara
caer algunas cápsulas llenas que luego
salíamos a recuperar para hacer cartuchos y poder pelear al día siguiente.
El 15 fui atacado en Tacámara por una
gran columna. Después de hacerle fuego
retiré la fuerza y recogiendo todo el parque pertreché 25 hombres con los que me dirigí al lugar donde
habían acampado los godos para tirotearlos.
Ya eran como las 4 de la tarde, de manera que cuando llegué a aquel lugar ya
era de noche. Dormí cerca de ellos y a la mañana siguiente mandé un oficial con
ocho hombres a reconocerlos. Estando esperándolos hizo fuego una vigía que
tenia y fui atacado por una guerrilla. Les hice algunos disparos y me retiré en
dirección a Aguas Vivas con intención de hablar con Gómez que ocupaba aquel
punto. Ya cerca de ese campamento llegaron a mis oídos fuertes descargas por
las que conocí que también Gómez era atacado, por lo que no eran aquellos, momentos
para reunirme con él, por lo que desistí de mi intento y retrocedí hasta mi
cuartel. Como a ½ legua antes de llegar a el me encontré con los españoles, impidiéndome
el paso retrocedí a tomar un estrecho y en esos momentos me encontré de mano a
boca con la columna que había atacado a Gómez, no me quedó otro recurso que
echarme al monte y dejar pasar al enemigo, que era en número considerable y sin
poder tirarle un tiro pues había gastado el poco parque que tenia en el fuego
de por la mañana. Tome pues el estrecho, mas al poco se me hizo de noche. Allí
tuve que pasarla sufriendo una sed horrorosa pues en todo el día no habíamos
encontrado agua, bien que en el día poco
la necesitábamos pues hacían 48 horas no comíamos nada.
Cuando amaneció desperté los doce
hombres que habían quedado conmigo pues el resto se había dispersado, y me
dirigí a donde había dejado mi fuerza, ya sin esperanzas de ver a Gómez y
considerando que durante mi ausencia podía haber sufrido algo la gente que
había dejado con el tiro del fusil. Como a la 3
de la mañana llegué a aquel lugar; mas en vez de la columna encontré dos
muertos y señales de haber atacado el enemigo. Entonces no supe que hacerme.
Había rastros por donde quiera y no sabía cual seguir para reunirme a los
cubanos. Al fin tras de una dolorosa indecisión tomé el rastro mayor por el que
caminé como dos leguas encontrando en él unos enfermos que me dieron razón de
que el enemigo había atacado y la fuerza se había retirado sin saber para
donde.
A todo esto yo no sabia donde estaba
pues carecía de prácticos y yo no conocía la localidad. En este conflicto
continué a la ventura hasta ver si encontraba gente.
Como a las tres de la tarde encontré
dos mujeres, éstas me dijeron que los soldados estaban en el campamento de
Gómez y que todos aquellos montes estaban llenos de tropas, que los registraban
para cazar las familias y que ellas se
veían en el caso de tener que presentarse[8]
para no ser víctimas de su ferocidad. Yo les aconseje que lo hicieran así y
despidiéndome de ellas, después de informarme del lugar en que me encontraba,
hice rumbo al Sitio, lugar donde yo tenía una pequeña fuerza al mando del
entonces Comandante José Manuel Hernández[9].
¡Cuánto sufrí en aquella jornada de seis leguas!, la sed me devoraba y el
hambre casi nos impedía caminar. La noche me cogió en el camino y ya puede
considerarse lo larga que es una noche cuando se sufre hambre y sed. A las 10
de la mañana del día siguiente llegue a un pequeño platanal, entonces supe que
él plátano da agua, y que deliciosa la encontré; pero no mitigaba mi sed, que
era devoradora. Poco después llegué al campamento de Hernández pidiendo agua a
voces. ¡Qué suplicio tan horroroso!,
Nunca olvidaré, así viva cien años, los dos días que estuve sin beber.
Yo creí que al llegar a este punto
descansaría de tanta fatiga, mas al contrario, no habían pasado tres horas
cuando dio aviso un vigía que llegaba al Sitio una columna enemiga.
Fue necesario embozarnos y permanecer
toda la noche apostados con una continua alarma.
Al día siguiente por la mañana atacó
el enemigo terminando la pelea, como era costumbre entonces entre nosotros,
retirándonos con las municiones agotadas. En la retirada salimos en dos grupos,
uno conmigo y otro con Hernández,
queriendo mi fatalidad que el práctico se fuera con éste. Estuve todo el día
volteando aquel monte, hasta qué al
oscurecer me acampé en un punto que a mí entender estaba muy adentro de la
montaña. Nueva noche pasada sin agua y en alarma.
No bien habíamos puesto las hamacas,
los que las teníamos, cuando oímos voces cerca de nosotros y una corneta
tocando retreta. Eran los godos, a cuyo
lado estábamos acampados. Como no sabíamos donde estábamos ni la hora que era,
determinamos quedarnos allí. No bien
amaneció emprendimos nuevamente la marcha, pero entonces orientándonos
por el sol logramos llegar a los cañaverales de Santa Cruz, donde encontramos a Hernández con la
otra partida.
En la tarde de este día recibí una
orden de Gómez en que me mandaba que me
incorporara a él, pues había recibido comunicación del Gobierno en la que se le
llamaba a las Tunas para recibir parque de la expedición "Anna"[10]
que acababan de hacer su alijo con felicidad. Esta nueva, como era de esperar, me causó una inmensa alegría,
pues nos sacaba de la angustiosa
posición en que nos encontrábamos y nos ponía con estado de poder resistir al enemigo. Me preparé pues
para la marcha para Tacámara donde estaba Gómez. En aquellos momentos una nueva
columna enemiga se presenta y llega hasta nuestra avanzada y nos impide hacer provisiones para la marcha.
Al oscurecer una horrorosa tormenta se
desata, la que nos hizo pasar una noche
de perros; acurrucados más de 80 hombres en un pequeño rancho sin poder movernos.
No bien amaneció emprendí la marcha
atravesando la gran montaña que divide a
Santa Cruz del Sitio y con más de 50 familias a la cola que me suplicaban que no las abandonase. Llegué
al Sitio y lo encontré ocupado por el enemigo,
por lo cual volví a echarme a rumbo, buscando
la vereda que de este punto conduce a Tacámara. Nueva pérdida tuve en la travesía teniendo que acampar al
oscurecer sin saber donde me
hallaba.
Amanecido continué mi marcha. Logramos
encontrar el camino que buscaba, el que
tomé haciendo rumbo a Tacámara. No había andado por él media legua cuando me
encontré las dos hermanas de Gómez, Chucha y Regina[11].
Estas me informaron que Gómez las mandaba a presentar a los godos por serle
imposible conducirlas al Camaguey[12]
(para donde ya había marchado) por estar una de ellas sin poder caminar.
También me dijeron que me retirara pronto pues ellas habían mandado al
Campamento español del Sitio a avisar que las mandaran a buscar pues querían presentarse
y que esperaban la tropa por momentos.
Amargos momentos fueron aquellos. Yo también dejaba mis hermanas[13]
escondidas en un monte sin tener el triste consuelo de darles el último adiós,
sin saber si vivían o habían perecido de hambre y casi con la seguridad de no
volver a verlas más. Di un abrazo a estas buenas amigas y continué mi marcha
siguiendo el rastro que dejaba la fuerza que llevaba Gómez. Este había salido
en la madrugada de aquel lugar, por lo que precipité mi marcha para alcanzarlo.
Como a las once del día atravesé por al lado del Cuartel que tenían los godos
en San Francisco y a la vista de sus avanzadas, estas me hicieron fuego que no
pude contestar por no tener más parque que el tiro de la carabina y muchas de
estas no daban fuego, mojadas como estaban con el aguacero del día anterior.
Poco después hice alto y llamé las
familias a las que hice comprender que era necesario se presentaran, pues poca
protección podía yo brindarles con mi desmoralizada fuerza y sin pertrechos[14].
Tras mucho trabajo logré se separaran de nosotros y continué mi marcha más
desembarazado, logrando unirme a Gómez en la tarde de aquel día.
Gómez lo mismo que yo y todos los
demás oficiales, habíamos perdido nuestros caballos y no llevábamos más ropa
que la puesta. En los continuos asaltos que habíamos sufrido se habían
dispersado los asistentes, llevándose
con ellos hamacas, frazadas, etc. En dos días hicimos 30 leguas. Yo, poco
acostumbrado a andar a pie, hice la última jornada con los pies despedazados,
sólo me hacía caminar el instinto de salvación
pues de habernos cansado hubiera tenido que quedar a merced del enemigo por
aquellos lugares.
Por fin llegamos a la Cañada de la Piedra, campamento de Luis Figueredo[15],
en cuyo lugar nos proporcionaron algunos caballos para continuar la marcha.
En toda esta larga retirada debimos
nuestra salvación al Ciudadano Miguel Cardet, que nos sirvió de práctico y
gracias a él pudimos atravesar la línea
de campamentos que tenía el enemigo para
impedirnos el paso. Este buen patriota encontró su muerte un año después en la costa de Cauto a manos de los
cubanos, por una amentable equivocación[16].
Llegamos por fin a Las Tunas. Este
lugar aun no había sido invadido por el enemigo
y se gozaba en él de una paz victoriana[17].
Las familias vivían aun en sus casas
como en tiempo normal y se bailaba como si no existiera la guerra. Esto era muy
común en los principios de nuestra lucha en que el espíritu de localidad hacía que las fuerzas de un distrito no salieran de él aunque fuera exterminado el vecino.
Gracias a esto pudo Valmaseda batir en
detalle nuestras fuerzas. Sólo la desgracia común pudo unirnos a todos y
destruir el espíritu de pueblo, pero eso no resultó hasta el 73 y aun hoy
cuesta trabajo hacer salir algunas fuerzas de su zona para operar en otra, dónde
el jefe cree es más conveniente[18].
Cuántos males nos ha acarreado aquel sistema es
inútil enumerarlo, baste decir que los españoles con poco
considerables fuerzas, lograban pasearse
por todo el territorio de la república sin
encontrar quien les hiciera frente de una manera formal.
Ya en las Tunas marchó Gómez para el
Gobierno quedando yo con las fuerzas a las órdenes del General Vicente García[19].
Este jefe me mandó a acampar en la
Herradura en cuyo lugar, y los de la Luisa y Palenque; tuve que
resistir la invasión de Valmaseda sobre las Tunas.
Mucho se peleó en aquellos lugares que
son los que cité al empezar mi relato pero ya entonces teníamos parque y
podíamos defendernos.
Como siempre que teníamos pertrechos,
la pasé bien por aquellos lugares aunque como dejo dicho pueden contarse los
días de 20 que pasé por allí, que no fuera atacado por el enemigo y en algunos
hasta dos veces.
General Modesto Díaz |
Al fin recibí orden de Gómez en la que
me hacia saber ordenaba el Gobierno ayudáramos al General Modesto Díaz[20],
que iba a invadir a Bayamo. Nosotros debíamos hacerlo por Jiguaní, por lo que
emprendí marcha a reunirme a Gómez, que me citaba para Naranjo. Yo creí que la
desgracia se había cansado de perseguirme, pero pronto me convencí de lo
contrario. No bien llegué a Naranjo cuando el cólera se declaró en mi columna.
Los casos se sucedían y la muerte del atacado era infalible, pues no teníamos
médico ni medicinas siquiera para controlar la epidemia. Los muchos remedios
que empleábamos eran la hoja de salvia y la cáscara de guayaba. Va un ejemplo
de nuestro sistema médico:
El Capitán Limbano Sánchez tenía un
miedo cerval a la epidemia y para mantener en salud su compañía la formaba por la
mañana y la tarde, y hacía hervir mucha hoja de salvia en una paila de cocer
guarapo y quieras o no les propinaba a cada soldado una o dos jiquaras[21]
que contenía cada una lo menos una botella de aquel infernal especifico. Inútil
creo decir que muchos salían de la formación echando las tripas y a veces se presentaban vómitos coléricos que
pronto conducían a la sepultura al desventurado
paciente.
Al fin el cólera se cansó de matar y
pude continuar mi marcha, no sin
presentarse casos de vez en cuando hasta que entramos en la jurisdicción de Jiguaní. Lo que nos pasó en
esta será objeto de otro capitulo que
escribiré cuando esté de humor.
[1] Isabel Vélez Cabrera, esposa de
Calixto García. Nació en Jiguaní y murió en La Habana en 1918. Participó en la guerra de 1868 hasta su detención
en 1870. Fue expulsada de Cuba junto con sus hijos y otros familiares y se estableció en
Estados Unidos. Apoyó a Calixto en la organización de la Guerra Chiquita.
Se traslado en 1882 a España donde residía
Calixto en
calidad de deportado. En 1895, al fugarse Calixto de
España, su esposa se trasladó a los Estados Unidos, donde ayudo a la causa
independentista. Pese a la prolongada residencia en el exterior, junto con su
esposo inculcó en los hijos el patriotismo. Todos sus hijos en edad de combatir
se trasladaron a Cuba en expediciones y participaron en la guerra. La mayor de
las hijas se fue a París donde apoyo la causa de Cuba.
[2] Los hijos de Isabel y Calixto en
esos momentos eran Isabel, Calixto y Carlos. Justo nació ese año
en la manigua insurrecta.
[3] Desde aquí Calixto rememora la
campaña de Holguín desde agosto de 1869 hasta febrero de 1870. En la primer fecha Máximo Gómez, jefe de la
brigada de Jiguaní, fue designado para dirigir
la división de Holguín. Gómez se trasladó a Holguín con las fuerzas de la
brigada de Jiguaní y designó como segundo al mando de la división a Julio Grave
de Peralta, asignándole el mando directo de la parte occidental de Holguín
mientras que él operó en la oriental a donde traslado las fuerzas de la brigada
de Jiguaní y las tropas holguineras que operaban en la región. Asimismo las
fuerzas directamente bajo su mando, Gómez las dividió en dos unidades: una
dirigida por Calixto y la otra por él. Máximo Gómez peleó en Holguín hasta
febrero de 1870 que recibió órdenes de trasladarse a Tunas.
[4] No sería hasta 1878 que Calixto al
ser liberado de la prisión que sufría en España se encontró con su esposa y sus
hijos en New York.
[5] Se refiere al general español Blas
de Villate, Conde de Balmaceda.
[6] Rejondón de Báguano pertenecía a la
jurisdicción de Holguín.
[7] Santiago de Cuba.
[8] Había una diferencia legal entre
presentarse y ser aprendido o capturado por las fuerzas hispanas. En el primero
caso se tomaba como una rendición y podían recibir un trato mas benigno, en
especial los hombres, pues si eran aprendidos se les fusilaba de inmediato.
Aunque los jefes de columnas españolas no siempre respetaban esa diferencia.
[9] José Manuel Hernández era uno de
los oficiales de las fuerzas de Jiguaní que acompañaron a Máximo
Gómez y a Calixto a Holguín.
[10] La expedición del Anna desembarco
en la noche del 19 al 20 de enero de 1870 entre Nuevas Grandas
y Manatí. El jefe militar era Melchor Agüero y el jefe de mar Francisco Javier
Cisneros. Traía
1260 fusiles de diferentes tipos, dos cañones, parque para estas armas y otros
equipos necesarios
para la vida en campaña. Los importante
de esta expedición no fue solo los medios
bélicos
que llevó a los mambises sino que arribó en un momento critico de la revolución
cuando se
desarrollaba la gran ofensiva española dirigida por el conde de Valmaseda.
[11] Máximo Gómez llego a Cuba
procedente de República Dominicana con sus dos hermanas y la madre.
Esta última falleció antes de iniciarse la
guerra de 1868. Las dos hermanas lo acompañaron en la campaña.
[12] Los mambises consideraban como un
lugar seguro para trasladar a sus familias a la jurisdicción de
Camagüey donde todavía en 1869 la ofensiva no había llegado con toda la
intensidad como en Oriente.
Pero esta situación muy pronto cambió con la intensificación de las operaciones
allí.
[13] Las hermanas vivas de Calixto eran
Rosario, Leonor, Mercedes y Concepción García Iñiguez. Al
estallar la guerra ellas se unieron a la revolución y marcharon al campo
insurrecto cuando se desató la gran ofensiva de Valmaceda. Fueron hechas
prisioneras en 1870 por una columna española en la jurisdicción de Holguín y
trasladadas a esa población.
[14] Según testimonio de Enrique Collazo
esas familias se negaron a entregarse y
regresaron con los
insurrectos.
[15] Luis Figueredo Cisneros. Nació en
Bayamo. En septiembre de 1868 ahorcó a un cobrador de impuesto
y se encontraba prácticamente en rebeldía. Secundó el alzamiento de la Demajagua. Alcanzó
el grado de mayor general. Al terminar la guerra se traslado a Colombia donde
falleció.
[16] Miguel Ramón Cardet y Zayas, primo
del general Julio Grave de Peralta. Fue enviado por este para
entregarle parque a las fuerzas de Máximo Gómez que actuaban en la brigada
oriental de Holguín
mientras Grave de Peralta lo hacia en la occidental. Después de una verdadera
odisea encontró
a las tropas de Máximo Gómez y les sirvió
de práctico. En 1872 estando en una misión
de
exploración en Pedregalón del Cauto bajo las órdenes de Gómez fue confundido
por sus compañeros
con el enemigo y muerto. Tenia el grado
de capitán del Ejercito Libertador en el momento
de su fallecimiento. Este tipo de equivocación en ocasiones ocurrían pues los
llamados guerrilleros
utilizaban la misma indumentaria y táctica de los mambises y en ocasione
lograban
sorprenderlos,
por lo que las fuerzas cubanas se encontraban en permanente estado de alarma y tensión.
[17] La gran ofensiva iniciada en 1869
por los españoles bajo el mando del general Blas de Villate y conocida
por los mambises como Creciente de Valmaseda, se inicio en Bayamo. Luego iría
avanzando hacia las demás jurisdicciones hasta alcanzar la de Tunas.
[18] Es interesante como al analizar el
regionalismo Calixto García hace referencia a las tropas y los intereses
de los soldados de filas. Casi siempre es común en los estudios sobre el
regionalismo centrar
en los jefes la decisión de operar o no fuera de la comarca natal. Nunca se
tiene en cuenta
el
papel del soldado de fila y su interacción con las decisiones de la elite.
[19] Vicente García González. Nació en
Las Tunas el 23 de enero de 1833 y murió en Venezuela el 4
de marzo de 1886. Alcanzó el grado de mayor general y obtuvo relevantes éxitos
militares en la guerra
de 1868.
[20] Modesto Díaz Álvarez. Nació en República Dominicana en 1826 y murió
en ese país el 28 de agosto
de 1892. Se trasladó a Cuba en 1865 al concluir la guerra de Restauración como
partes de la
reservas dominicanas del ejército español. En 1868 se unió a las fuerzas
liberadoras y combatió hasta
el final de la guerra.
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