martes, 20 de noviembre de 2018

Calixto García Iñiguez - Diario / 11 de marzo de 1874


Acampé en Buenaventura. Hoy he recorrido un camino  muy conocido para mí pues pasé por la Luisa, Palenque y Herradura, lugares de amargos recuerdos para mi pues traen a mi memoria la época en que yo operé en esa zona cuando la campaña de invierno del 70 en que Valmaseda hizo el supremo esfuerzo para combatir la insurrección.
Isabel Vélez Cabrera

El 20 de Enero de 1870 me despedí de mi Isabel[1] y de mis hijos[2] y de mi pobre Isa, en la Canoa de Palacios[3]. Era la última vez que debía verlos[4]. Empezaban entonces a caer sobre Holguín las fuerzas que mandaba el funesto Conde[5] y mi deber me llamaba a ocupar mi puesto. Las tropas españolas invadían la zona confiada a mi cuidado.

El 21 fuerzas enemigas hacían prisioneras todas las personas queridas de mi alma y yo mientras tanto estaba en el Rejondón de Báguano[6] sin poder volar a su defensa. Tenia orden de Gómez de concentrar mi  columna sobre el camino de Cuba[7] a Holguín y hostilizar al enemigo cuanto me fuera posible.

Fue aquella una serie no interrumpida de combates teniendo por nuestra parte la convicción de que no podíamos vencer al enemigo que cada vez se reforzaba más y más y caía sobre nuestras escasas tropas tratando de envolverlas. Lo que se sufrió es difícil de escribir,  pues a parte de la escasez de comida baste decir, para dar una ligera  idea de nuestro estado, que mandábamos a 20 hombres a tirar una  descarga al enemigo para que este contestara nuestros fuegos con  innumerables descargas y al hacerlas dejara caer algunas cápsulas  llenas que luego salíamos a recuperar para hacer cartuchos y poder pelear al día siguiente.

El 15 fui atacado en Tacámara por una gran columna. Después de  hacerle fuego retiré la fuerza y recogiendo todo el parque pertreché 25  hombres con los que me dirigí al lugar donde habían acampado los  godos para tirotearlos. Ya eran como las 4 de la tarde, de manera que cuando llegué a aquel lugar ya era de noche. Dormí cerca de ellos y a la mañana siguiente mandé un oficial con ocho hombres a reconocerlos. Estando esperándolos hizo fuego una vigía que tenia y fui atacado por una guerrilla. Les hice algunos disparos y me retiré en dirección a Aguas Vivas con intención de hablar con Gómez que ocupaba aquel punto. Ya cerca de ese campamento llegaron a mis oídos fuertes descargas por las que conocí que también Gómez era atacado, por lo que no eran aquellos, momentos para reunirme con él, por lo que desistí de mi intento y retrocedí hasta mi cuartel. Como a ½ legua antes de llegar a el me encontré con los españoles, impidiéndome el paso retrocedí a tomar un estrecho y en esos momentos me encontré de mano a boca con la columna que había atacado a Gómez, no me quedó otro recurso que echarme al monte y dejar pasar al enemigo, que era en número considerable y sin poder tirarle un tiro pues había gastado el poco parque que tenia en el fuego de por la mañana. Tome pues el estrecho, mas al poco se me hizo de noche. Allí tuve que pasarla sufriendo una sed horrorosa pues en todo el día no habíamos encontrado agua, bien que en el  día poco la necesitábamos pues hacían 48 horas no comíamos nada.

Cuando amaneció desperté los doce hombres que habían quedado conmigo pues el resto se había dispersado, y me dirigí a donde había dejado mi fuerza, ya sin esperanzas de ver a Gómez y considerando que durante mi ausencia podía haber sufrido algo la gente que había dejado con el tiro del fusil. Como a la 3  de la mañana llegué a aquel lugar; mas en vez de la columna encontré dos muertos y señales de haber atacado el enemigo. Entonces no supe que hacerme. Había rastros por donde quiera y no sabía cual seguir para reunirme a los cubanos. Al fin tras de una dolorosa indecisión tomé el rastro mayor por el que caminé como dos leguas encontrando en él unos enfermos que me dieron razón de que el enemigo había atacado y la fuerza se había retirado sin saber para donde.

A todo esto yo no sabia donde estaba pues carecía de prácticos y yo no conocía la localidad. En este conflicto continué a la ventura hasta ver si encontraba gente.

Como a las tres de la tarde encontré dos mujeres, éstas me dijeron que los soldados estaban en el campamento de Gómez y que todos aquellos montes estaban llenos de tropas, que los registraban para  cazar las familias y que ellas se veían en el caso de tener que presentarse[8] para no ser víctimas de su ferocidad. Yo les aconseje que lo hicieran así y despidiéndome de ellas, después de informarme del lugar en que me encontraba, hice rumbo al Sitio, lugar donde yo tenía una pequeña fuerza al mando del entonces Comandante José Manuel Hernández[9]. ¡Cuánto sufrí en aquella jornada de seis leguas!, la sed me devoraba y el hambre casi nos impedía caminar. La noche me cogió en el camino y ya puede considerarse lo larga que es una noche cuando se sufre hambre y sed. A las 10 de la mañana del día siguiente llegue a un pequeño platanal, entonces supe que él plátano da agua, y que deliciosa la encontré; pero no mitigaba mi sed, que era devoradora. Poco después llegué al campamento de Hernández pidiendo agua a voces. ¡Qué suplicio tan  horroroso!, Nunca olvidaré, así viva cien años, los dos días que estuve sin beber.

Yo creí que al llegar a este punto descansaría de tanta fatiga, mas al contrario, no habían pasado tres horas cuando dio aviso un vigía que llegaba al Sitio una columna enemiga.

Fue necesario embozarnos y permanecer toda la noche apostados con una continua alarma. 

Al día siguiente por la mañana atacó el enemigo terminando la pelea, como era costumbre entonces entre nosotros, retirándonos con las municiones agotadas. En la retirada salimos en dos grupos, uno  conmigo y otro con Hernández, queriendo mi fatalidad que el práctico se fuera con éste. Estuve todo el día volteando aquel monte, hasta qué  al oscurecer me acampé en un punto que a mí entender estaba muy adentro de la montaña. Nueva  noche  pasada sin agua y en alarma.

No bien habíamos puesto las hamacas, los que las  teníamos, cuando  oímos voces cerca de nosotros y una corneta tocando retreta. Eran los  godos, a cuyo lado estábamos acampados. Como no sabíamos donde estábamos ni la hora que era, determinamos quedarnos allí. No bien    amaneció emprendimos nuevamente la marcha, pero entonces orientándonos por el sol logramos llegar a los cañaverales de Santa  Cruz, donde encontramos a Hernández con la otra partida. 

En la tarde de este día recibí una orden de Gómez en que me mandaba  que me incorporara a él, pues había recibido comunicación del Gobierno en la que se le llamaba a las Tunas para recibir parque de la expedición "Anna"[10] que acababan de hacer su alijo con felicidad. Esta nueva, como  era de esperar, me causó una inmensa alegría, pues nos sacaba de la  angustiosa posición en que nos encontrábamos y nos ponía con estado  de poder resistir al enemigo. Me preparé pues para la marcha para Tacámara donde estaba Gómez. En aquellos momentos una nueva columna enemiga se presenta y llega hasta nuestra avanzada y nos impide  hacer provisiones para la marcha. 

Al oscurecer una horrorosa tormenta se desata, la que nos hizo pasar  una noche de perros; acurrucados más de 80 hombres en un pequeño  rancho sin poder movernos.

No bien amaneció emprendí la marcha atravesando la gran montaña  que divide a Santa Cruz del Sitio y con más de 50 familias a la cola que  me suplicaban que no las abandonase. Llegué al Sitio y lo encontré  ocupado por el enemigo, por lo cual volví a echarme a rumbo, buscando  la vereda que de este punto conduce a Tacámara. Nueva pérdida tuve  en la travesía teniendo que acampar al oscurecer sin saber donde me  hallaba. 

Amanecido continué mi marcha. Logramos encontrar el camino que  buscaba, el que tomé haciendo rumbo a Tacámara. No había andado por él media legua cuando me encontré las dos hermanas de Gómez, Chucha y Regina[11]. Estas me informaron que Gómez las mandaba a presentar a los godos por serle imposible conducirlas al Camaguey[12] (para donde ya había marchado) por estar una de ellas sin poder caminar. También me dijeron que me retirara pronto pues ellas habían mandado al Campamento español del Sitio a avisar que las mandaran a buscar pues querían presentarse y que esperaban la tropa por momentos.  Amargos momentos fueron aquellos. Yo también dejaba mis hermanas[13] escondidas en un monte sin tener el triste consuelo de darles el último adiós, sin saber si vivían o habían perecido de hambre y casi con la seguridad de no volver a verlas más. Di un abrazo a estas buenas amigas y continué mi marcha siguiendo el rastro que dejaba la fuerza que llevaba Gómez. Este había salido en la madrugada de aquel lugar, por lo que precipité mi marcha para alcanzarlo. Como a las once del día atravesé por al lado del Cuartel que tenían los godos en San Francisco y a la vista de sus avanzadas, estas me hicieron fuego que no pude contestar por no tener más parque que el tiro de la carabina y muchas de estas no daban fuego, mojadas como estaban con el aguacero del día anterior.

Poco después hice alto y llamé las familias a las que hice comprender que era necesario se presentaran, pues poca protección podía yo brindarles con mi desmoralizada fuerza y sin pertrechos[14]. Tras mucho trabajo logré se separaran de nosotros y continué mi marcha más desembarazado, logrando unirme a Gómez en la tarde de aquel día.

Gómez lo mismo que yo y todos los demás oficiales, habíamos perdido nuestros caballos y no llevábamos más ropa que la puesta. En los continuos asaltos que habíamos sufrido se habían dispersado los asistentes, llevándose con ellos hamacas, frazadas, etc. En dos días hicimos 30 leguas. Yo, poco acostumbrado a andar a pie, hice la última jornada con los pies despedazados, sólo me hacía caminar el instinto  de salvación pues de habernos cansado hubiera tenido que quedar a merced del enemigo por aquellos lugares.

Por fin llegamos a la Cañada de la Piedra, campamento de Luis Figueredo[15], en cuyo lugar nos proporcionaron algunos caballos para continuar la marcha.

En toda esta larga retirada debimos nuestra salvación al Ciudadano Miguel Cardet, que nos sirvió de práctico y gracias a él pudimos  atravesar la línea de campamentos que tenía el enemigo para  impedirnos el paso. Este buen patriota encontró su muerte un año  después en la costa de Cauto a manos de los cubanos, por una  amentable equivocación[16].

Llegamos por fin a Las Tunas. Este lugar aun no había sido invadido  por el enemigo y se gozaba en él de una paz victoriana[17]. Las familias  vivían aun en sus casas como en tiempo normal y se bailaba como si no existiera la guerra. Esto era muy común en los principios de nuestra lucha en que el espíritu de  localidad hacía que las fuerzas de un  distrito no salieran de él  aunque fuera exterminado el vecino. Gracias  a esto pudo Valmaseda batir en detalle nuestras fuerzas. Sólo la desgracia común pudo unirnos a todos y destruir el espíritu de pueblo, pero eso no resultó hasta el 73 y aun hoy cuesta trabajo hacer salir algunas fuerzas de su zona para operar en otra, dónde el jefe cree es  más  conveniente[18]. Cuántos males nos ha acarreado aquel sistema es  inútil enumerarlo, baste decir que los españoles con poco considerables  fuerzas, lograban pasearse por todo el territorio de la república sin  encontrar quien les hiciera frente de una manera formal.

Ya en las Tunas marchó Gómez para el Gobierno quedando yo con las fuerzas a las órdenes del General Vicente García[19]. Este jefe me mandó a acampar en la Herradura en cuyo lugar, y los de la Luisa y Palenque; tuve que resistir la invasión de Valmaseda sobre las Tunas.

Mucho se peleó en aquellos lugares que son los que cité al empezar mi relato pero ya entonces teníamos parque y podíamos defendernos.

Como siempre que teníamos pertrechos, la pasé bien por aquellos lugares aunque como dejo dicho pueden contarse los días de 20 que pasé por allí, que no fuera atacado por el enemigo y en algunos hasta  dos veces.

General Modesto Díaz
Al fin recibí orden de Gómez en la que me hacia saber ordenaba el Gobierno ayudáramos al General Modesto Díaz[20], que iba a invadir a Bayamo. Nosotros debíamos hacerlo por Jiguaní, por lo que emprendí marcha a reunirme a Gómez, que me citaba para Naranjo. Yo creí que la desgracia se había cansado de perseguirme, pero pronto me convencí de lo contrario. No bien llegué a Naranjo cuando el cólera se declaró en mi columna. Los casos se sucedían y la muerte del atacado era infalible, pues no teníamos médico ni medicinas siquiera para controlar la epidemia. Los muchos remedios que empleábamos eran la hoja de salvia y la cáscara de guayaba. Va un ejemplo de nuestro sistema médico:  

El Capitán Limbano Sánchez tenía un miedo cerval a la epidemia y para mantener en salud su compañía la formaba por la mañana y la tarde, y hacía hervir mucha hoja de salvia en una paila de cocer guarapo y quieras o no les propinaba a cada soldado una o dos jiquaras[21] que contenía cada una lo menos una botella de aquel infernal especifico. Inútil creo decir que muchos salían de la formación echando las tripas y  a veces se presentaban vómitos coléricos que pronto conducían a la  sepultura al desventurado paciente.

Al fin el cólera se cansó de matar y pude continuar mi marcha, no sin  presentarse casos de vez en cuando hasta que entramos en la  jurisdicción de Jiguaní. Lo que nos pasó en esta será objeto de otro  capitulo que escribiré cuando esté de humor.







[1] Isabel Vélez Cabrera, esposa de Calixto García. Nació en Jiguaní y murió en La Habana en 1918. Participó en la guerra de 1868 hasta su detención en 1870. Fue expulsada de Cuba junto con sus hijos y otros familiares y se estableció en Estados Unidos. Apoyó a Calixto en la organización de la Guerra Chiquita. Se traslado en  1882 a España donde residía Calixto en
calidad de deportado. En 1895, al fugarse Calixto de España, su esposa se trasladó a los Estados Unidos, donde ayudo a la causa independentista. Pese a la prolongada residencia en el exterior, junto con su esposo inculcó en los hijos el patriotismo. Todos sus hijos en edad de combatir se trasladaron a Cuba en expediciones y participaron en la guerra. La mayor de las hijas se fue a París donde apoyo la causa de Cuba.


[2] Los hijos de Isabel y Calixto en esos momentos eran Isabel, Calixto y Carlos. Justo nació ese año en la manigua insurrecta.


[3] Desde aquí Calixto rememora la campaña de Holguín desde agosto de 1869 hasta febrero de 1870. En la primer fecha Máximo Gómez, jefe de la brigada de Jiguaní, fue designado para dirigir la división de Holguín. Gómez se trasladó a Holguín con las fuerzas de la brigada de Jiguaní y designó como segundo al mando de la división a Julio Grave de Peralta, asignándole el mando directo de la parte occidental de Holguín mientras que él operó en la oriental a donde traslado las fuerzas de la brigada de Jiguaní y las tropas holguineras que operaban en la región. Asimismo las fuerzas directamente bajo su mando, Gómez las dividió en dos unidades: una dirigida por Calixto y la otra por él. Máximo Gómez peleó en Holguín hasta febrero de 1870 que recibió órdenes de trasladarse a Tunas.


[4] No sería hasta 1878 que Calixto al ser liberado de la prisión que sufría en España se encontró con su esposa y sus hijos en New York.


[5] Se refiere al general español Blas de Villate, Conde de Balmaceda.


[6] Rejondón de Báguano pertenecía a la jurisdicción de Holguín.


[7] Santiago de Cuba.


[8] Había una diferencia legal entre presentarse y ser aprendido o capturado por las fuerzas hispanas. En el primero caso se tomaba como una rendición y podían recibir un trato mas benigno, en especial los hombres, pues si eran aprendidos se les fusilaba de inmediato. Aunque los jefes de columnas españolas no siempre respetaban esa diferencia.


[9] José Manuel Hernández era uno de los oficiales de las fuerzas de Jiguaní que acompañaron a Máximo Gómez y a Calixto a Holguín.


[10] La expedición del Anna desembarco en la noche del 19 al 20 de enero de 1870 entre Nuevas Grandas y Manatí. El jefe militar era Melchor Agüero y el jefe de mar Francisco Javier Cisneros. Traía 1260 fusiles de diferentes tipos, dos cañones, parque para estas armas y otros equipos necesarios para la vida en campaña. Los importante  de esta expedición no fue solo los medios
bélicos que llevó a los mambises sino que arribó en un momento critico de la revolución cuando se desarrollaba la gran ofensiva española dirigida por el conde de Valmaseda.


[11] Máximo Gómez llego a Cuba procedente de República Dominicana con sus dos hermanas y la madre. Esta última falleció antes de iniciarse la  guerra de 1868. Las dos hermanas lo acompañaron en la campaña.


[12] Los mambises consideraban como un lugar seguro para trasladar a sus familias a la jurisdicción de Camagüey donde todavía en 1869 la ofensiva no había llegado con toda la intensidad como en Oriente. Pero esta situación muy pronto cambió con la intensificación de las operaciones allí.


[13] Las hermanas vivas de Calixto eran Rosario, Leonor, Mercedes y Concepción García Iñiguez. Al estallar la guerra ellas se unieron a la revolución y marcharon al campo insurrecto cuando se desató la gran ofensiva de Valmaceda. Fueron hechas prisioneras en 1870 por una columna española en la jurisdicción de Holguín y trasladadas a esa población.


[14] Según testimonio de Enrique Collazo esas familias  se negaron a entregarse y regresaron con los insurrectos.


[15] Luis Figueredo Cisneros. Nació en Bayamo. En septiembre de 1868 ahorcó a un cobrador de impuesto y se encontraba prácticamente en rebeldía. Secundó el alzamiento de la Demajagua. Alcanzó el grado de mayor general. Al terminar la guerra se traslado a Colombia donde falleció.


[16] Miguel Ramón Cardet y Zayas, primo del general Julio Grave de Peralta. Fue enviado por este para entregarle parque a las fuerzas de Máximo Gómez que actuaban en la brigada oriental de Holguín mientras Grave de Peralta lo hacia en la occidental. Después de una verdadera odisea encontró a las tropas de Máximo Gómez y les sirvió  de práctico. En 1872 estando en una misión
de exploración en Pedregalón del Cauto bajo las órdenes de Gómez fue confundido por sus compañeros con el enemigo y muerto. Tenia el grado  de capitán del Ejercito Libertador en el momento de su fallecimiento. Este tipo de equivocación en ocasiones ocurrían pues los llamados guerrilleros utilizaban la misma indumentaria y táctica de los mambises y en ocasione lograban
sorprenderlos, por lo que las fuerzas cubanas se encontraban en permanente estado de alarma y tensión.


[17] La gran ofensiva iniciada en 1869 por los españoles bajo el mando del general Blas de Villate y conocida por los mambises como Creciente de Valmaseda, se inicio en Bayamo. Luego iría avanzando hacia las demás jurisdicciones hasta alcanzar la de Tunas.


[18] Es interesante como al analizar el regionalismo Calixto García hace referencia a las tropas y los intereses de los soldados de filas. Casi siempre es común en los estudios sobre el regionalismo centrar en los jefes la decisión de operar o no fuera de la comarca natal. Nunca se tiene en cuenta
el papel del soldado de fila y su interacción con las decisiones de la elite.


[19] Vicente García González. Nació en Las Tunas el 23 de enero de 1833 y murió en Venezuela el 4 de marzo de 1886. Alcanzó el grado de mayor general y obtuvo relevantes éxitos militares en la guerra de 1868.


[20] Modesto Díaz Álvarez.  Nació en República Dominicana en 1826 y murió en ese país el 28 de agosto de 1892. Se trasladó a Cuba en 1865 al concluir la guerra de Restauración como partes de la reservas dominicanas del ejército español. En 1868 se unió a las fuerzas liberadoras y combatió hasta el final de la guerra.



[21] Debía decir: Jícaras. Vasija rústica hecha con el fruto de la Guira.

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